Manuel y Adolfo iniciaron esta andadura con una filosofía clara; elaborar exclusivamente con uva propia y de forma sostenible vinos de máxima calidad. Cuando abandonaron la Cooperativa de Pedrosa de Duero para iniciar su propio camino contaban con muchos años de experiencia y conocimiento de la región y 35 hectáreas de viñedo; hoy son 120 las que rodean su bodega ubicada en la mencionada localidad burgalesa.
Integración total
De estilo tradicional castellano, en su construcción se emplearon mate riales locales de pequeños negocios familiares de la comarca, siguiendo técnicas de bioconstrucción y con un diseño pensado para fundirse con el entorno y mantener una perfecta armonía con la naturaleza. Al principio las instalaciones eran más modestas y tradicionales, pero se fueron ampliando poco a poco hasta llegar al complejo bodeguero que es hoy, con tienda de vinos, salón social, sala de catas, salón comedor y terraza en el viñedo. Consiguieron así los tres objetivos marcados: integración, respeto por el medio ambiente y máxima funcionalidad. Esta bodega –una de las fundadoras del Consejo Regulador de Ribera del Duero– fue la primera de Castilla y León en inscribirse en el registro de la huella de carbono y ha sido reconocida con varios premios que no se refieren únicamente a la calidad de sus vinos sino a su compromiso con la región, como son el Premio Envero de Honor como dinamizadores de la proyección internacional de Ribera del Duero, el Premio Miguel Delibes al Desarrollo Rural, el Premio a la Mejor Trayectoria Empresarial y el Zarcillo de Oro a la Excelencia Vitícola, entre otros. Incorporada ahora la tercera generación en sus filas, siguen trabajando con las mismas bases y objetivos.
Tinto fino
Su dominio de esta variedad se refleja en sus viñedos ecológicos con una edad media comprendida entre los 20 y los 80 años cultivados entre 830 y 870 metros de altitud. Recientemente han obtenido la certificación en agricultura ecológica y próximamente también la bodega será catalogada como de producción ecológica en su búsqueda incansable por trabajar en armonía con una naturaleza, que por cierto, conocen bien, pues sabían que la cosecha de 2019 iba a ser de escasa producción pero de gran calidad. Parece que se cumplirá la regla de los nueves, según la cual todas las añadas terminadas en este dígito han sido buenas. El resultado es un reserva de identidad propia y personalidad muy marcada que procede de una de las parcelas más emblemáticas y cercanas a las bodegas, Finca La Navilla y que, guardado en óptimas condiciones, podrá consumirse por lo menos hasta 2036.