Salvador Fariña y Tomasa López comenzaron a elaborar vino en unas instalaciones rudimentarias excava das en piedra calcárea en 1942, desde entonces Fariña no ha parado de crecer ni de sorprender, convirtiéndose además en una de las bodegas impulsoras de esta región vitivinícola. Su hijo, Manuel Fariña, recogió el fruto del esfuerzo de muchos años cuando en 1987 se creó la DO Toro y lo nombraron su primer presidente, además, ese mismo año, construyeron las actuales instalaciones mucho más modernas y amplias. Desde 2015 le acompaña su hijo Manu como director general adjunto encarnando la 3ª generación de una saga que no se cansa de mejorar, innovar y aportar valor a su región en distintos ámbitos.
Apoyando el arte
La bodega consta de varios edificios, uno de los cuales ha destinado su planta superior al Museo de Vino y Arte que alberga la colección propia de antigua maquinaria vitivinícola y la exposición de pintura abstracta El Primero, formada por las 40 obras finalistas del 18º Concurso Nacional de Pintura organizado por la bodega para elegir, cada año, la imagen de su vino Primero. Y es que Fariña elabora etiquetas de muy distintos caracteres gracias a las 300 ha de viñedo en propiedad ubicadas en distintos pueblos, con suelos, exposiciones y climas diferentes, lo que permite una mejor orientación de las producciones hacia la elaboración de distintos tipos de vino.
A la contra
Después de demostrar desde su fundación que en Toro podían elaborarse vinos con estructura y graduaciones alcohólicas similares a las de otras zonas vitivinícolas, con Campus Gothorum quisieron volver a los orígenes. En 1998 salió la primera añada de este vino, homenaje a la viticultura tradicional de Toro, a los viticultores que durante siglos han trabajado las viñas y han dejado el legado que confirió personalidad a la región. Por eso es éste un monovarietal de tinta de Toro procedente de 6 viñedos de entre 70 y 170 años de antigüedad plantados en pie franco entre mediados de los siglos XIX y XX, en suelos de aluvión, arenosos, con canto rodado, lo que le permite acumular el calor diurno consiguiendo un efecto termorregulador. La fermentación alcohólica se llevó a cabo en depósitos de acero inoxidable mientras que para la maloláctica se optó por tinas de madera de roble francés de 15.000 litros, seguida por una crianza de 15 meses en barricas de roble francés y americano y posterior afinado en botella de 2 años. El resultado es la etiqueta más exclusiva de la bodega, un vino de guarda en el que se busca la concentración de la tinta de Toro, fruta fresca y una adecuada integración de la madera, con un tanino redondo que se puede conservar guardado en óptimas condiciones hasta, por lo menos, 2037.