Javier Valdovinos Vispe, cuya familia ha estado ligada al viñedo durante generaciones, decidió, en 1995, fundar su propia bodega para, aplicando sus profundos conocimientos como viticultor, elaborar su propio vino, uno que reflejara tanto el terruño como la dedicación familiar transmitida por sus mayores. En 1998 Bodegas Valdovinos se convirtió en la octava en adherirse a la Denominación de Origen Somontano, justo en el momento en que los vinos de esta región comenzaron su merecido auge dentro del panorama vinícola nacional.
Un valle singular
La bodega cuenta con 65 ha de viñedo, ubicadas entre 500 y 600 m de altitud, que crecen en un valle delimitado por los ríos Alcanadre y Guatizalema lo que confiere a la tierra sus peculiares características; suelos sueltos, pedregosos y arenosos donde las raíces alcanzan cierta profundidad. El clima, que combina los vientos frescos y húmedos del Atlántico con el calor del Mediterráneo y lluvias moderadas, propicia una producción controlada –no superan los 4.000 kg por ha– que les permite cultivar con una maduración lenta y equilibrada. Desde el inicio apostaron por una viticultura sostenible respetando su entorno de encina y monte bajo que marcan, junto al resto de factores, el carácter de sus vinos. Legado recogido por Javier Valdovinos Escabosa, hijo del fundador, al unirse a la bodega en 2012 con una visión renovada. Manteniendo ese equilibrio transmitido durante generaciones, introdujo nuevas gamas de vino y proyectos que reflejan las actuales tendencias en viticultura y enología. El origen de sus vinos reside en un cuidado artesanal en cada etapa del proceso; la poda, el aclareo y la vendimia se realizan de manera manual, seleccionando cada racimo con precisión. Además del respeto por el viñedo, creen en la mínima intervención en bodega como factor esencial para obtener vinos con autenticidad y carácter.
La naturaleza a su favor
Según sus propias palabras la de 2022 fue una cosecha especial, así lo intuyeron cuando decidieron empezar la vendimia una madrugada de finales de septiembre, y efectivamente el resultado dio la razón a los trabajadores de la viña pues obtuvieron racimos pequeños, concentrados, de piel gruesa y llena de color, señal de que la naturaleza había hecho su trabajo. La fermentación se realizó en depósitos de acero inoxidable durante tres semanas y la crianza en barricas de roble francés y americano donde desarrolló su complejidad y elegancia durante 18 meses. Pero aún no estaba listo y reposó 10 meses más en botella para lograr equilibrio y redondez. El resultado es un vino de color rojo intenso con aromas de fruta madura y un ligero toque ahumado que, guardado en óptimas condiciones, evolucionará positivamente hasta 2030.