El objetivo no es la cantidad, sino la excelencia. Así define esta bodega del Penedés su filosofía, pocas palabras que envuelven acciones muy concretas; pequeñas producciones que permitan cuidar cada detalle –desde el viñedo hasta la expedición–, tratar a cada añada como lo que es, una pieza única reflejo del clima, la uva y el trabajo del hombre, y elaborar un producto elegante, exclusivo y de gran personalidad. Con estos ambiciosos objetivos dio vida Pere Canals, en 1999, a Castell Sant Antoni en unas antiguas bodegas familiares en Sant Sadurní d’Anoia, cuna de los espumosos.
La naturaleza y el hombre
Las 20 hectáreas de viñedo en propiedad, ubicadas en la también finca familiar El Sot, se dividen en pequeñas parcelas donde las vides presentan edades muy variadas, de entre 25 y 50 años, lo que permite un equilibrio entre vigor juvenil y madurez, ideal para obtener uvas concentradas y aromáticas. Las variedades, por supuesto, las autóctonas del Alto Penedés; xarel·lo, macabeo y parellada, y cuentan también con algo de chardonnay. Una zona donde el clima mediterráneo, con marcada oscilación térmica entre el día y la noche, favorece una maduración equilibrada de la uva y una gran expresión aromática que se potencia con los trabajos realizados en el viñedo durante todo el año. Se efectúa poda en verde para regular la cantidad de racimos por cepa y poder controlar así la concentración de azucares y aromas; se quitan las hojas de alrededor del racimo para mejorar la exposición al sol y la ventilación, evitando así enfermedades y favoreciendo la maduración homogénea y la uva se selecciona durante la vendimia.
Apostar y ganar
Este vino es el resultado de una apuesta arriesgada que llevaron a cabo en 2010. Su elaboración sigue un proceso meticuloso que combina tanto técnicas tradicionales como innovadoras. Por una parte, la chardonnay se fermenta y se cría en barricas nuevas de roble francés durante un periodo de 6 meses y, posteriormente, se combina con el coupage de vinos base de las tradicionales xarel·lo, macabeo y parellada. Una vez realizado el ensamblaje, el vino pasa a una segunda fermentación en botella, lo que se conoce como método tradicional, clave para la creación de las burbujas finas características de los espumosos. Después de la segunda fermentación, el vino se mantiene en contacto con sus lías durante un largo periodo, lo que le confiere una mayor complejidad. El resultado es un vino redondo que guardado en óptimas condiciones puede consumirse hasta 2034 y que, según la propia bodega “no sólo es un vino, es un símbolo de la capacidad de Castell Sant Antoni para innovar mientras se mantiene fiel a su legado, y un testimonio de la búsqueda incansable por la perfección que ha sido el motor de la bodega a lo largo de su historia”.