Platos con letra

Sancho Panza presume de ser buen catador

Autor: Serafín Quero
Fecha Publicación Revista: 01 de febrero de 2016
Fecha Publicación Web: 20 de mayo de 2016
Revista nº 478

La abuela paterna de Cervantes era de Baena (Córdoba), y por aquellas tierras de suaves ondulaciones, cargadas de olivos y viñas, recaudaba Cervantes impuestos y víveres para la Armada del rey, al tiempo que degustaba en la Posada del Potro los vinos de Baena, Luque, Espejo, Castro del Río y Montilla. De Montilla era la hechicera Camacha, inmortalizada en “El coloquio de los perros”. En su deambular por tierras de Jaén, Sevilla, Córdoba y Málaga escribe:

Quedó Baco muy pequeño

Y sin madre ni otro dueño,

En este lugar durmió,

Claro Rey, el primer sueño.

Las nymphas lo recibieron

En este prado florido

Y así jamás ofendido

Mis ojos, señor, lo vieron.

En “El Licenciado Vidriera” ofrece una completa relación de los vinos italianos, griegos y españoles, certeramente calificados:

“Allí conocieron la suavidad del treviano, el valor del monte frascone, la minerca del Asperino, la generosidad de los dos griegos Candía y Soma, la grandeza del de las cinco viñas, la dulzura y apacibilidad de la señora Garnacha, la rusticidad de la chéntola, sin que entre todos estos señores osase aparecer la bajeza del romanesco. Y habiendo hecho el huésped la reseña de tantos y tan diferentes vinos, se ofreció de hacer parecer allí, sin usar de tropelía ni como pintados en mapa, sino real y verdaderamente, a Madrigal, Coca, Alaejos y a la imperial más que real ciudad, recámara del dios de la risa. Ofreció a Esquivias y a Alanís, a Cazalla, Guadalcanal y la Membrilla, sin que se olvidase de Rivadavia y Descargamaría”. (El Descargamaría era un vino de Extremadura, de la sierra cacereña de Gata, que los arrieros maragatos llevaban en carretas de bueyes hasta León y Asturias).

Placentero y bálsamo curativo

En la comedia “La entretenida” cita el vino de Jerez y en “El rufián dichoso” figura el zumo de manzanilla. Tampoco se olvida de los vinos generosos, a los que alude de este modo en “Los trabajos de Persiles y Segismunda”:

“Fuéronse en esto al hospedaje, volvieron a colmarse las mesas de manjares, llenáronse de regocijo los pechos, porque se llenaron las de generosos vinos, que cuando se trasiegan por la mar de un cabo a otro se mejoran de manera que no hay néctar que se le iguale”.

Las alusiones al vino son constantes, aparece en 43 ocasiones, bien como alimento, como placer, o como bálsamo curativo. Ofrece en su Quijote algunas de las señas de identidad de la región manchega, su gastronomía y su vinos. Incluso se anticipó a las funciones de los actuales Consejos Reguladores, cuando Sancho, logrado su sueño de ser gobernador de una isla, dictó todo tipo de normas y leyes para la mejor convivencia de sus súbditos, sin olvidarse del vino, llegando a establecer la pena de muerte para el que lo adulterase: “Y ordenó que no hubiese regatones de los bastimentos en la república, y que pudiesen meter en ella vino de las partes que quisiesen, con aditamento que declarasen el lugar de donde era, para ponerle el precio según su estimación, bondad y fama, y el que lo aguase o le mudase el nombre perdiese la vida por ello”.

Agua en el vino

En nuestro Siglo de Oro era práctica habitual adulterar el vino, sobre todo con agua, vino afeitado le llamaban. Esta costumbre la denunciaron nuestros clásicos, todos ellos aficionados al vino. De este modo se expresa Quevedo en uno de sus romances:

Agua me falta en el mar,

y la hallo en las tabernas,

que mis contentos y el vino

son aguados donde quiera

Lope de Vega en la “Justa poética para la beatificación de San Isidro” escribe:

Porque en vinos de Madrid

lo mismo es agua que vino...

por más fuentes que labréis

más tenéis en las tabernas.

Y así se pronuncia Góngora en una de sus letrillas:

Ya el tabernero procura

impetrar un beneficio,

pues ejercita el oficio

de bautizar sin ser cura.

De ahí que Sancho Panza estableciera la pena máxima para el que adulterase el vino.

En el “Quijote”, Sancho Panza figura como empedernido bebedor y buen conocedor del vino que bebe. “Bebo cuando tengo gana, y cuando no la tengo, y cuando me lo dan, por no parecer melindroso o mal criado, que a un brindis de un amigo ¿qué corazón ha de haber tan de mármol, que no haga razón?”, dice Sancho en el capítulo XXX de la segunda parte. Este inmortal escudero, que siempre aplacaba la sed con vino, como demuestra al rechazar el agua que le ofrece Maritornes para aliviarle del bálsamo de Fierabrás, y que quedó fascinado ante la abundancia de comida y vinos generosos en las bodas de Camacho, ignora el consejo de Don Quijote, “el vino ni guarda  secreto ni cumple palabra”, y prefiere pasarse un cuarto de hora mirando las estrellas, mientras el vino le va regando el gaznate, para acabar expresando la suerte y satisfacción que le produce beber vino auténtico con estas palabras: “¡Oh, hi de puta, bellaco, y cómo es católico”. Al calificar como “hi de puta” al vino por su bondad, muestra Sancho haber comprendido que no es ningún vituperio, sino alabanza, como le había advertido el del Bosque.

A buen catador...

Orgulloso de su estirpe en lo que al vino se refiere, presume de ser un entendido,  y le habla así al del Bosque, tras haber acertado que el vino que le había dado era de Ciudad Real: “¿ No será bueno, señor escudero, que tenga yo un instinto tan grande y tan natural en esto de conocer vinos, que en dándome a oler cualquiera, acierto la patria, el linaje, el sabor, y la dura, y las vueltas que ha de dar, con todas las circunstancias al vino atañaderas? Pero no hay de qué maravillarse, si tuve en mi linaje, por parte de mi padre los dos más excelentes mojones que en luengos años conoció la Mancha; para prueba de lo cual les sucedió lo que ahora diré. Diéronles a los dos a probar del vino de una cuba, pidiéndole su parecer del estado, cualidad, bondad o malicia del vino. El uno lo probó con la punta de la lengua; el otro no hizo más que llegarlo a las narices.

El primero dijo que aquel vino sabía a hierro; el segundo dijo que más sabía a cordobán. El dueño dijo que la cuba estaba limpia, y que el tal vino no tenía adobo alguno por donde hubiese tomado sabor de hierro ni de cordobán. Con todo eso, los dos famosos mojones se afirmaron en lo que habían dicho. Anduvo el tiempo, vendióse el vino, y al limpiar de la cuba hallaron en ella una pequeña llave, pendiente de una correa de cordobán. Porque vea vuesa merced si quien viene de esta ralea podrá dar su parecer en semejantes causas”.

Antes que Sancho la Celestina también había presumido de ser una buena catadora: “harto es que una vieja como yo, en oliendo cualquier vino, diga de dónde es”

Sancho Panza, que “empinaba la bota con tanto gusto que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga”, la empinaba a todas horas y así, tras dormir de un tirón toda la noche, gracias al vino, “al levantarse, dio un tiento  a la bota, y hallóla más flaca que la noche antes, y afligiósele el corazón por parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su falta”.

Finalmente, desengañado por la chanza de que es objeto en el fingido asalto a la isla, pide un vaso de vino para aliviar su pesar, y así lo vio Jorge Guillén en “La dinastía de Sancho”, en "Aire nuestro”:

Y doliente, vencido,

El alma pesarosa entre aflicciones,

Entre magullamientos,

Para aliviar la sed

Pide el favor de un vaso

De vino. Se lo dan. Y bebe.

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