Platos con letra

Sancho Panza comía las uvas con tenedor

Autor: Serafín Quero
Fecha Publicación Revista: 01 de junio de 2016
Fecha Publicación Web: 05 de julio de 2016

Curiosamente existe cierta semejanza entre la figura de Sancho Panza y la de Falstaff, personaje que Shakespeare retrató en Enrique IV (1ª y 2ª parte), Enrique V y en Las alegres comadres de Windsor y que Orson Welles magistralmente interpretó. Ambos son rollizos, de mediana edad, grandes bebedores y de dialogar constante.

La glotonería de Sancho contrasta con la frugalidad de su amo. Ante el espectáculo de las Bodas de Camacho, mientras a Sancho Panza se le iban los ojos tras las ollas podridas, los zaques y las frutas de sartén, Don Quijote miraba “cómo por una parte de la enramada entraban hasta doce labradores sobre doce hermosísimas yeguas”.

Ante la insistencia del doctor Pedro Recio de que coma canutillos y carne de membrillo, Sancho le aclara cuáles eran sus preferencias gastronómicas: “Mirad, señor doctor: de aquí en adelante no os curéis de darme a comer cosas regaladas ni manjares exquisitos, porque será sacar a mi estómago de sus quicios, el cual está acostumbrado a cabra, a vaca, a tocino, a cecina, a nabos y a cebollas, y si acaso le dan otros manjares de palacio, los recibe con melindre, y algunas veces con asco”.               

Lo mismo vendría a decir Góngora en una de sus letrillas:

Coma en dorada vajilla

el príncipe mil cuidados

como píldoras dorados,

que yo en mi pobre mesilla

quiero más una morcilla

que en el asador reviente,

y ríase la gente.

Podríamos aventurar que tanto Góngora como Cervantes ya empezaron a establecer las bases de la polémica tan de moda en la actualidad entre la cocina tradicional y la de vanguardia.

Comer era para nuestro escudero la razón de su existencia y así se lo dice su amo: “Yo, Sancho, nací para vivir muriendo, y tú para morir comiendo.” De ahí que una de las razones por las que abandonó la isla fue no comer lo que que quería y cuanto quería: “Y denme de comer, o si no, tómense su gobierno; que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas”.

Sancho Panza no sólo abandona la ínsula Barataria por el hambre que pasaba, sino porque también añora las faenas del campo y la descansada vida del que huye del mundanal ruido: “Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador... y más quiero recostarme a la sombra de una encina en el verano y arroparme con un zamarro de dos pelos en invierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del gobierno entre sábanas de Holanda y vestirme de martas cebollinas. Vuestras mercedes se queden con Dios y digan al duque mi señor que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; quiero decir que sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de cómo suelen salir los gobernadores de otras ínsulas”.

Las buenas maneras

Cervantes, por boca de Sancho, ensalza una de las aspiraciones del hombre renacentista, a saber, la vida retirada en el campo, que arranca con el “Beatus ille” de Horacio y del que se apropia Fray Luis de León en su “Oda a la vida retirada”.

Cervantes no sólo plasma en su obra lo que comía la sociedad de su tiempo, sino que a través de los consejos que Don Quijote da a Sancho antes de ser investido gobernador de la ínsula Barataria fija las pautas de la templanza, la prudencia y las buenas maneras a la hora de sentarse a la mesa. Todo un tratado de urbanidad y buen comportamiento social.

Critica la pedantería al decirle a Sancho “anda despacio, habla con reposo; pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda afectación es mala”. Le aconseja la moderación en la bebida “sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto, ni cumple palabra”. Le advierte que mire por su salud, comiendo y cenando poco, pues “la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”.

Tampoco debe “mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie”. “Eso de erutar no entiendo” –dijo Sancho”. Y de este modo se lo aclaró su señor: “Erutar, Sancho, quiere decir regoldar, y este es uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua catellana, aunque es muy significativo; y así, la gente curiosa se ha acogido al latín, y al regoldar dice erutar, y a los regüeldos, erutaciones; y cuando algunos no entienden estos términos, importa poco; que el uso los irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso”. La polémica sobre quién dispone sobre el lenguaje si la Real Academia Española o el pueblo ya la dejó resuelta Cervantes con su reflexión sobre los verbos erutar y regoldar.

Un alumno aventajado

Entre los consejos tan cumplidos y acertados de Don Quijote también se encuentra el secreto para montar a caballo con garbo y gallardía “cuando subieres a caballo, no vayas echando el cuerpo sobre el arzón postrero, ni lleves las piernas tiesas y tiradas y desviadas de la barriga del caballo, ni tampoco vayas tan flojo, que parezca que vas sobre el rucio; que el andar a caballo a unos hace caballeros y a otros, caballerizos”.

Es interesante observar cómo Cervantes va transformando a su personaje a través de los consejos que Don Quijote le da antes de ser gobernador, hasta tal punto que, ya al final de la obra, recuperado Don Quijote de su locura, Sancho se “quijotiza” y le ruega a su señor que no se muera porque “vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada”.

Tan aventajado alumno resultó Sancho que terminó comiendo las uvas con tenedor: “Por cierto –dijo Don Quijote–, que la parsimonia y la limpieza con que Sancho come se puede escribir y grabar en láminas de bronce, para que quede en memoria eterna en los siglos venideros. Verdad es que cuando él tiene hambre, parece algo tragón, porque come apriesa y masca a dos carrillos; pero la limpieza siempre la tiene en su punto, y en el tiempo que fue gobernador aprendió a comer a lo melindroso: tanto que comía con tenedor las uvas, y aun los granos de la granada”.

Lo que ha quedado grabado en láminas de bronce, de eterna memoria, es decir, lo que Cervantes hizo decir a Don Quijote de la Mancha, son los consejos a Sancho, que gozan de una rabiosa actualidad.

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