Tendencias: Enologix
Vino a la carta
Autor: Helio San Miguel
Fecha Publicación Revista: 01 de febrero de 2015
Fecha Publicación Web: 02 de febrero de 2016
Revista nº 466

Situada en el corazón de Sonoma, a pocas manzanas de la plaza central del pueblo del mismo nombre, Enologix es una compañía californiana que ofreciendo una potente batería de análisis algorítmicos hace vinos a la carta para que saquen más puntos con Parker.
Desde que supe de ellos siempre me ha parecido una empresa fascinante. Con métodos secretos y protegidos por patentes, no son muy dados a dar información sobre sus clientes, muchos de los cuales tampoco parece que quieran que se conozca que usan sus servicios.
Los algoritmos del éxito
Enologix, aunque aún sin ese nombre, fue fundada en 1989 por dos doctores en química, Leo McCloskey, que había trabajado como enólogo en la prestigiosa bodega Ridge, y Susanne Arrhenius, experta en fragancias. El lema de la empresa es “quality metrics for wineries” pues su punto de partida se sustenta en la creencia de que la calidad de un vino se puede medir evaluando cuidadosamente una serie de parámetros químicos, agrícolas y climáticos.
Así, con la colaboración de Marshall Sylvan, un doctor en matemáticas por la Universidad de Stanford y profesor de matemática aplicada en la Universidad de California, desarrollaron algoritmos y modelos predictivos sobre fechas de vendimia, cuvées de distintos varietales, posibles precios de vinos, análisis de sabores, y como no, de su correlación con las puntuaciones de críticos, en especial de Robert Parker.
Hicieron los primeros análisis con vinos de las californianas Ridge y Chalone, cuyos enólogos, Paul Draper y Richard Graff respectivamente, también colaboraron con ellos. Siguieron luego con Rex Hill, una bodega de Oregón, Canoe del estado de Washington, e incluso Château Lafite. Poco a poco sus análisis les llevaron a establecer una correlación entre los niveles de taninos, polifenoles, antocianos, terpenes, etc. y los puntos que estos vinos obtenían.
Cuatro años después ya habían desarrollado y patentado modelos que incluían distintos estilos de vinos y valoraban incluso la capacidad de envejecimiento. Fue entonces cuando cambiaron el nombre de la compañía al actual y empezaron a ofrecer estudios de vinos cobrando unos 1.500 dólares por el análisis de hasta cinco marcas. Con el paso de los años Enologix ha llegado a tener un archivo que sobrepasa los setenta mil vinos.
Al gusto de Wine Advocate
Sin embargo, eso fue solo el principio. Si esos parámetros se podían medir, el paso lógico siguiente es que algunos de ellos, sobre todo los que dependen de la intervención humana, seguramente también se podrían recrear. Así, lo que comenzó por un estudio pronto se convirtió en un recetario y Enologix pasó de analizar a recomendar. Los clientes pueden elegir un modelo al que aspirar y su vino se contrasta contra aquellos vinos reales analizados que más se acercan a ese patrón.
Posteriormente se les dan las recomendaciones de todo lo que hay que hacer para conseguir alcanzar esos parámetros, que en la mayoría de los casos tienen que ver directamente con los puntos que les gustaría que el vino obtuviera en el Wine Advocate.
En Enologix consideran que con sus métodos pueden predecir con una probabilidad del 95% los puntos que un vino obtendrá con un error de entre dos y tres puntos, y con un 80% con un error de entre uno y dos. Pero más importante, Enologix ofrece que con la aplicación de su metodología un vino puede recibir cinco puntos más. El Insignia de Phelps, uno de los tintos de culto de Napa Valley se convirtió en su mejor estandarte pues es un vino que prácticamente todos los años obtiene más de 95 puntos del Wine Advocate.
Obviamente la probabilidad de obtener tales resultados pronto atrajo a muchas otras bodegas. Entre las que no tienen problemas en reconocer que son clientes están Beaulieu, Cakebread, Chalone, Chappellet, Diamond Creek, Peter Michael, Ridge y Robert Craig. Es público también que han trabajado con bodegas de Francia y Argentina.
Entre la naturaleza y la tecnología
En un mercado tan abierto a la innovación como es el norteamericano, donde una idea original y con futuro encuentra casi siempre financiación y apoyo (Google, Facebook, Instagram, Uber, Airbnb, etc. son los ejemplos que vienen a la cabeza) la rompedora aproximación al mundo del vino de Enologix recibió atención inmediata de prestigiosas publicaciones no vinícolas como The New York Times, la revista Wired, la página web de análisis de los mercados financieros Market Watch, y hasta Business Insider que les otorgó el premio a la mejor idea en el año 2006.
Sin embargo también atrajo numerosos críticas -por un lado entre aquellos que les acusan directamente de ser un fraude, pues al no hacer públicos sus métodos no hay forma de medir sus éxitos-, y por otro, los que consideran que métodos como los de Enologix solo contribuyen a matar la gran diversidad del vino que es sustituida por una homogeneización del producto, que es definido al final no por la personalidad de sus terruños o variedades, sino por algo tan simple como un número. Dada también la propia naturaleza del negocio del vino, en Enologix son conscientes de que su trabajo puede ser visto pura y simplemente como una manipulación que despoja a un producto agrícola y natural como el vino no solo de parte de su mística, sino también de crear una imagen no muy positiva entre muchos de los aficionados.
En Enologix se defienden diciendo que ellos trabajan para el consumidor, que obtiene vinos mejor hechos, pero como consecuencia de las críticas son muy poco dados a hacer declaraciones e incluso no responden sobre quienes son sus clientes, muchos de los cuales, como dijimos, prefieren que esto no se haga público. De hecho, por ejemplo, en estos años nunca he encontrado una bodega española que me haya reconocido que en algún momento hayan solicitado sus servicios.
El éxito de una empresa como Enologix hace que mucha gente se rasgue las vestiduras, pero en realidad pone sobre el tapete desde otra perspectiva el eterno debate entre naturaleza e intervención humana, entre la personalidad del terruño y el impacto de la tecnología, y de paso también el de si nuestras capacidades como críticos y catadores para distinguir una de otra son reales o florituras literarias que podemos expresar tranquilamente siempre que hayamos visto la etiqueta.