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Viaje a los altos pirineos

La región del agua

Autor: Alfredo García Reyes
Fecha Publicación Revista: 01 de diciembre de 2017
Fecha Publicación Web: 01 de diciembre de 2017

Puede parecer sorprendente, pero en la región de Altos Pirineos (Hautes Pyrenées) está la segunda localidad francesa más visitada de Francia, después de París, claro: Lourdes. Todo, por obra y gracia de Bernadette Soubirous y sus supuestas apa­riciones marianas, que tuvieron lugar entre los años 1844 y 1879. Y también por las supuestamente curativas aguas, llegadas directamente desde la próxima cordillera pirenaica, en las que se bañan y beben, año tras año desde entonces, millones de enfermos y creyentes llegados desde los confines del planeta.

Se crea o no en los milagros, lo cierto es que Lourdes emana una energía imposible de obviar. Eso, a pesar de que, en torno a la fe de esos millones de personas, la ciudad haya crecido de forma desmedida, a veces con gusto dudoso y otras con una sorpren­dente calidad (como el restaurante Alexan­dra). Tanto ha multiplicado su tamaño la que no era más que una aldea en tiempos de Bernadette, que podría deducirse que es la capital de la región. Pero no, ese honor le corresponde a la cercana ciudad de Tarbes, con la que comparte aeropuerto interna­cional.

Una buena forma de comprender la dimensión del gran centro de peregrinación de nuestro país vecino es subirse al en­cantador funicular del Pic du Jer, montaña desde la que se domina Lourdes en su tota­lidad. Un buen consejo: hacerlo a la caída de la tarde, sentarse en las mesas de la terraza que hay allí (si es que el tiempo lo permite) y contemplar el ocaso sobre la ciudad, con una copa del vino local Prélude d’Hiver en la mano y degustando algún plato de la gastronomía regional.

La cocina de la región

Los restaurantes de Altos Pirineos beben antes de la tradición culinaria local que de la haute cuisine. De hecho, la cocina regional asienta sus bases en productos tan “humil­des” como las judías de Tarbes (blancas y muy apreciadas por la delicadeza de su sabor y la finura de su piel), con las que se elabora uno de esos guisos que requieren de varias horas de cocción.

Aunque el plato más habitual en los comedores tradicionales de la región es la garbure, una contundente sopa de col, acompañada de hortalizas, de carnes de vacuno y, sobre todo, del sabor que le da un buen hueso de jamón. Un jamón, por cierto, procedente del llamado cerdo negro de Bigorre que, como nuestro ibérico, se alimenta durante la mayor parte del año en libertad y solo con frutos y otros productos que regala la tierra de forma natural.

Tan natural como la alimentación de las vacas que producen la leche con la que luego se elabora el queso tomme de los Pirineos. Una variedad mantecosa, aromá­tica y con un paladar suavísimo, elaborado oficialmente a partir de leche pasteurizada, aunque muchos queseros locales se atre­ven con producciones privadas a partir de leche cruda. Sin duda, una delicia.

Beneficios de las aguas pirenaicas

Volviendo al tema del agua pirenaica, también creyó en sus beneficios la reina Hortensia de Holanda, hijastra de Napoleón, que llegó estéril hasta Cauterets y regresó a París embarazada (eso sí, con dudas ra­zonables respecto a si la criatura realmente era de su marido, Luis Napoleón). Así pues, en Cauterets se habría de concebir al último monarca francés: Napoléon III. El paseo por esta bonita localidad balnearia, que ha sabi­do conservar buena parte de su fisonomía decimonónica, es todo un gusto. También lo es echarse a la boca uno o varios de los célebres caramelos que se fabrican aquí: los berlingots. De diferentes sabores, pero todos con sus formas cuadradas de aristas redondeadas, hay una auténtica peregri­nación para adquirirlos en la confitería La Reine Margot.

Pero no perdamos de vista el agua como hilo conductor: muy próximo a Cau­terets se encuentra el Pont d’Espagne. Este paso de montaña utilizado por las tropas del propio Napoleón durante nuestra Gue­rra de Independencia (1808-12), es famoso no solo por ese hecho histórico sino, sobre todo, por el espectáculo de las cascadas situadas junto al propio puente.

A la salud por el agua

Y sigamos con el elemento acuático. El termalismo es uno de los puntos fuertes de la región. De hecho, existen varios balnea­rios y modernos spas. El más llamativo, sin duda, es Balnéa, en la localidad de Loudenvielle, en pleno Val de Louron. Este enorme centro termolúdico atrae cada año a miles de personas que disfrutan de sus espacios temáticos, entre los que destaca la zona japonesa, que en invierno regala la sorprendente experiencia de bañarse ro­deado de nieve. El toque gourmet lo pone el propio restaurante de este balneario, donde se sirven menús temáticos, saludables y para los gustos más diversos (incluidos vegetarianos). Además, con presentaciones muy cuidadas.

Muy próxima a Loudenvielle se encuen­tra una de las muchas estaciones de esquí de la región: Peyragudes. En total 60 kiló­metros de pistas de todo tipo de dificultad y con recorridos que se disfrutan a lo largo de muchos minutos de descenso. Un auténtico paraíso blanco.

Como el Pic du Midi (2.887 metros), adonde se accede en telecabina y desde donde se domina buena parte de la cadena pirenaica. Aparte de vistas de auténti­co infarto, esta meca para montañeros alberga un restaurante bastante digno en el que probar cocina local (no podría faltar el confit de pato). Y quienes se animen a pasar una noche rodeados de estrellas pueden dormir aquí (eso sí, en habitaciones bastante espartanas) junto al observatorio astronómico del complejo.

Amantes del ciclismo y la montaña

Altos Pirineos alberga también algunas de las etapas más espectaculares del Tour de France. Cada principio de verano, los ciclistas más destacados del panorama internacional ascienden por puertos tan duros como Hautacam, Col d’Aspin, Luz Ardiden y, sobre todo, el mítico Tourma­let, con sus 2.115 metros de altitud. El resto del año los emulan miles de ciclistas aficionados llegados desde los lugares más insospechados.

Pero, para espectacularidad, la que regala el Circo de Gavarnie, justo al otro lado de nuestro Parque Nacional de Ordesa, con el que comparte escenografía e incal­culables valores naturales. Aquí sobrecoge el que está considerado como el mayor salto de agua de Europa, con más de 400 metros de desnivel. En los recorridos a pie por este espacio, parte del Parque Nacional de Los Pirineos, es fácil escuchar el sonido que emiten las marmotas, animal bastante esquivo, por cierto. Aunque para observar (y escuchar) a estos simpáticos animales hay una opción, muy recomendable si se viaja con niños: el Parque Animalario de los Pirineos, en Argèles-Gazost, donde también se pueden ver nutrias, osos pardos, lobos, linces europeos y muchas más especies de la zona y otras regiones francesas.

Por último, y también muy indicada si se va con niños, es la vía ferrata de Vertige de l’Adour, donde se puede practicar recorridos de aventura con todo tipo de dificultades, también para adultos muy preparados. Este espacio se sitúa en una espectacular garganta del río que le da nombre, con catarata incluida. Eso, para no perder de vista el leit motiv que nos ha movido por este recorrido por los Altos Pirineos Franceses: el agua.

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