Viaje a Marruecos

Delicias imperiales

Autor: Alfredo G. Reyes
Fecha Publicación Revista: 01 de septiembre de 2017
Fecha Publicación Web: 31 de agosto de 2017

De las Ciudades Imperiales, a Fez le corresponde el título de capital religiosa y artística. También contiene la medina más grande del país, un complejo y enorme laberinto de callejuelas y plazas a las que se abren, por lo general, casitas de muros encalados, mezquitas a las que se accede a través de grandes arcos historiados y palacios, algunos reconvertidos en hoteles de charme.

Este conglomerado está aromatizado por la fragancia de los perfumes, especias, dátiles, frutas, cuscús, hariras (la más conocida de las sopas marroquíes), pinchos de carne hechos al carbón, la menta que embriaga los tés al estilo marroquí y el de la miel de los pasteles que se ofrecen a quienes intentan abrirse paso por el incesante trasiego de los inabarcables mercados de la medina.

Miles de sensaciones asaltan a quienes se animan a deambular en medio de ese “aparente” caos, porque aquí todo tiene su lugar y hay un lugar para cada cosa; el barrio de tintoreros que, a pesar de la pestilencia que emana de las tinas en las que trabajan éstos, muchas veces metidos hasta el pecho en ellas, es un lugar digno de visitar como las vecinas tiendas donde venden las prendas de cuero donde los vendedores ofrecen, solícitos, ramas de menta para superar con bien el trance.

O el ruidoso barrio de los latoneros que confeccionan a golpe de martillo, cincel y buril, dibujando arabescos de una bellísima factura sobre maravillosas piezas para el menaje del hogar, como las teteras y mesas con forma de enorme plato. También está el barrio de los telares, el de los perfumes y las esencias (de las que el ámbar es la estrella), el de las especias y, por supuesto, los mercados de frutas, verduras y animales, algunos de los cuales se venden vivos como garantía de “frescura”.

Al estilo de los omeyas

Todo ello convive de forma ruidosa pero organizada a las mismas puertas de alguno de los principales reclamos monumentales de la ciudad. Ésta a veces se abre en espacios tan impresionantes como la plaza y puerta Bab Recif. Muy cerca de ella se encuentra el que probablemente sea el edificio histórico de mayor tamaño de Fez: la mezquita y universidad El-Qaraouiyyîn. Merece la pena contemplar este complejo desde las alturas para admirar su planta poligonal cubierta de un llamativo tejado verde vidriado. Al ver este monumento, como otros de la ciudad, uno tiene la sensación de estar viendo algo ya conocido, familiar incluso.

La explicación está en que buena parte de sus mezquitas y edificios civiles fueron levantados, en primera instancia, por andaluces de Córdoba que, en el siglo IX, llegaron a la zona tras una revuelta en territorio omeya y, posteriormente, por kairuaneses, que llegaron desde el territorio del actual Túnez. A todos ellos se debe la armónica factura, a veces reforzada con intrincados mocárabes, de la citada universidad, la madraza de Bou Inania o la mezquita llamada “de los andaluces”.

A las afueras de la medina se conservan algunos palacios históricos, construidos según ese estilo cordobés. Algunos de ellos, montados con tanto gusto como el del Riad Fes, un Relais & Châteaux que es también un lugar inmejorable para degustar algunos de los mejores platos de la tradición culinaria marroquí: su selección de entrantes y ensaladas es realmente espectacular, pero también sus tajines y cuscús de cordero y pollo.

El Fez más moderno

Contrasta mucho su concepto hotelero con el del Hotel Barceló Fès Medina que, pese a su nombre, no se encuentra propiamente en la medina, sino muy próximo a ella y al Palacio Real, que sigue siendo residencia (temporal) para el monarca marroquí durante sus estancias en la ciudad. Y también está muy cercano a la Mellah, es decir, el barrio judío, un lugar muy interesante para realizar compras (de joyas y objetos de decoración).

Muy próximo se encuentra el que, quizás, sea el restaurante más rompedor de Fez: Lounge MB. Decorado con un estilo ultramoderno, aquí triunfa la cocina creativa (al estilo europeo) en platos confeccionados con nuevas técnicas culinarias.

Tienen especial importancia las carnes (de buey y aves) y merece mucho la pena probar su interpretación de la pastela de pichón.

Antes de partir hacia otros puntos de interés de la región, conviene hacer una mención al acontecimiento cultural más importante de esta gran urbe: su Festival de Músicas Sagradas. Cada principio de verano congrega en riads, palacios y edificios históricos e institucionales a algunos de los mejores grupos e intérpretes de ese tipo de música, llegados de los confines del planeta. Se lleva celebrando desde 1994 y lo cierto es que, cada año, adquiere una mayor relevancia internacional.

Huellas del Imperio Romano

A una hora de coche desde Fez y muy próximo a Mequinenza (o Meknés), otra de las Ciudades Imperiales de Marruecos, está uno de los complejos arqueológicos más importantes del país, incluido en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco: Volubilis.

La ciudad primero fue cartaginesa y posteriormente romana, en el siglo I; entre los restos de las construcciones que conformaron esta gran urbe histórica se conservan mosaicos de impactante belleza (como el del Acróbata, el Baño de Diana, Las pruebas de Hércules o Baco y Ariadna).

Aquí se puede admirar aún la planta, los muros y las columnas de algunos de los monumentos que le dieron fama ya en la antigüedad, como la Basílica, el Templo de Júpiter, el Arco Triunfal de Caracalla o la Casa de Orfeo, decorada con bellos mosaicos alusivos al mundo de la música.

Todo este riquísimo complejo arquitectónico permaneció casi intacto hasta el gran terremoto de Lisboa de 1755 que arrasó la ciudad portuguesa y generó un tsunami que afectó las costas españolas de Huelva y Cádiz y las de Marruecos, provocando la destrucción parcial de Volubilis. 

La grandeza de esta antigua ciudad quedó constatada en el siglo VIII, cuando el rebelde Idris I, huyendo de Bagdad, se estableció en ella para fundar su propia dinastía. 

La pequeña Suiza

Una de las mayores sorpresas de la zona es que alberga una pequeña estación de esquí. Está situada en una de las cimas más altas del llamado Atlas Medio. A sus pies se encuentra el Parque Nacional de Ifrane, que tiene una extensión de 500 km2 y que está plagado de bosques de cedros.

En ellos viven varias colonias del llamado mono de Berbería, un tipo de macaco que es también el que habita en el Peñón de Gibraltar. Pese a encontrarse en peligro de extinción, resulta bastante fácil ver a numerosas familias de este primate arborícola, al que los turistas suelen alimentar, con sus propias manos, a base de cacahuetes y plátanos.

Y muy cerca del parque nacional hay otra sorpresa más: la ciudad de Ifrane, conocida con el sobrenombre de “la pequeña Suiza”, por la fisonomía alpina de la mayor parte de sus construcciones. De hecho, parece un auténtico pueblo centroeuropeo, con sus tejados rojos a dos aguas, la distribución ordenada de sus calles, sus hoteles y restaurantes donde se sirve cocina internacional.

Zona de veraneo

Durante el Protectorado francés, fue elegida como lugar de descanso para los altos mandos del ejército de esa nación. Aquí venían, sobre todo, para escapar del calor asfixiante que, con la llegada del verano, invade las grandes ciudades de Marruecos como Rabat, Casablanca y la propia Fez, no tan distantes de Ifrane.

El símbolo de la localidad es el león del Atlas, especie ya desaparecida pero que, durante muchos siglos, campó a sus anchas por las montañas de la región. Una gran escultura de piedra lo recuerda junto a uno de los parques de la ciudad, convirtiéndose también en uno de sus motivos más fotografiados.

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