Viaje a Lisboa
Vino, sal y conservas
Autor: Alfredo García Reyes
Fecha Publicación Revista: 01 de octubre de 2017
Fecha Publicación Web: 13 de diciembre de 2017

Lisboa está de moda. Cada vez se ven por ella a más grupos de turistas que se pierden (a veces literalmente) entre sus vías adoquinadas y sus muchos monumentos. Lo gastronómico también influye en esta conversión de ciudad de tendencia. A los grandes restaurantes clásicos se suman nuevos y originales locales, espacios gastronómicos, cafés, bares “de marcha” y tiendas. En todos ellos se sirven algunas de las mejores etiquetas vinícolas del país vecino, desde los douros y oportos hasta los dãos-lafões, algarvios y madeiras, entre otros.
Buen ejemplo lo encontramos en la remozada Praça do Comércio, ahora dominable en toda su arquitectura barroca gracias al nuevo mirador del Arco de Rua Augusta. Junto a él, el grupo Pestana ha abierto una pousada donde se combina el más puro estilo pombalino (por el Marqués de Pombal, promotor de la reforma urbanística de la ciudad allá por el siglo XVIII), con el confort y prestaciones de los hoteles del siglo XXI y que ya es toda una referencia para la hotelería lisboeta.
También allí se encuentra la Sala de Provas Vinhos de Portugal, toda una experiencia enológica en una antigua bodega y en la que, por muy poco dinero, se pueden catar algunas de las mejores etiquetas del país vecino. Además, allí está el restaurante Can the Can, donde todo gira en torno a la cocina de las conservas (no solo en lata, también embutidos y salazones), en un local original en diseño y muy acogedor en concepto.
Ya en este punto, junto a la Baixa, y para no perder el hilo conductor que ofrecen las conservas portuguesas, sin duda entre las mejores del mundo, se puede visitar la tienda Conserveira de Lisboa y adquirir alguna de sus maravillosas latas de marisco y pescado. O la Manteigaria Silva, donde se pueden degustar las más suculentas chacinas y vinos del país y, por supuesto, adquirir al corte piezas de la estrella de la gastronomía lusa: el bacalao.
Lisboa también supo, hace décadas, reconvertir las zonas de edificios portuarios en desuso en locales de ocio. Buen ejemplo es la Doca de Alcántara, repleta de restaurantes y locales de marcha y con la escenografía que le regalan el Tajo, el Puente 25 de abril y el colosal monumento a Cristo Rei (al otro lado del río). Otro ejemplo es la zona de Santa Apolónia, donde se encuentra el que, para mí, es uno de los restaurantes y locales de encuentro social fundamentales de la ciudad: Bica do Sapato.
Mercados reconvertidos y algunos clásicos
La capital, cómo no, se ha sumado a la moda de los mercados tradicionales transformados en centros gastronómicos. Y lo hace en el enorme y populoso Mercado da Ribeira, junto a Cais do Sodré, con variedad de puestos para todos los gustos y con todos los ingredientes imaginables. Eso sí, a diferencia de los excesivos precios que caracterizan a muchos de estos nuevos mercados, aquí se puede comer y cenar de una forma muy asequible. Más discreto y elegante es el Palácio do Chiado, un antiguo edificio decimonónico reconvertido en restaurante colectivo con las más diversas tendencias: desde clásicos portugueses a base de pescados, mariscos, quesos y legumbres, hasta el sushi más creativo, incluido un mostrador con los mejores jamones ibéricos españoles.
Todo un clásico es el restaurante Gambrinus, en una plaza casi secreta a espaldas de la populosa zona de Rossio. Desde hace décadas, es el punto de encuentro de lo más granado de la vida social y política portuguesa. Aparte de sus suculentos platos de cocina tradicional, merece la pena venir aquí para degustar su café, una auténtica alquimia que se prepara a la vista de los clientes.
El culto a lo tradicional
Pero, sin duda, el gran reclamo gastronómico de la ciudad son los pasteles de Belém, que se venden, desde el siglo XVIII, en la Antiga Confeitaria de Belém. Nada menos que unos 22.000 pastelitos salen cada día de los obradores de esta pastelería-café, elaborados según una receta secreta que mantiene y perpetúa la familia propietaria, heredera de la tradición que establecieron los monjes del cercano Monasterio de los Jerónimos. Antes de abandonar la ciudad, una curiosidad y un lugar que merece la pena visitar para comprender la ecléctica personalidad de Lisboa.
En pleno barrio de Mouraria, al pie del castillo de San Jorge, está la taberna popular Os amigos da Severa, frecuentada por vecinos del barrio, turistas y estudiantes de Erasmus, y regentada por uno de los grandes aficionados al fado, Antonio. Un lugar auténtico, donde los vasos de vino de la casa se sirven a 50 céntimos de euro y donde también se pueden degustar algunos platos de la culinaria portuguesa más tradicional.
Más allá de la ciudad
La proximidad del océano determina en gran medida la personalidad de Lisboa y también de la amplia región que la rodea. Es muy evidente en el entorno de Palmela, donde se produce el moscatel de Setúbal (con DO), un vino generoso que tiene entre 17 y 20 grados y que envejece en las barricas durante años (a veces, más de 20). Pero no sólo moscatel. En bodegas familiares como la de Horácio Simões o la de Venâncio Costa Lima hay producciones importantes de blancos, rosados y tintos que utilizan uvas autóctonas, como castelão, fernão pires o aragonez (nuestra tempranillo), y también internacionales.
Un buen lugar donde catar estos vinos es el restaurante panorámico del Hotel do Sado, con espectaculares vistas a la ciudad de Setúbal y la Península de Troia, un inmenso arenal costero que se extiende como una lorza frente a esa ciudad y que, en los últimos años, se ha convertido en una meca de vacaciones exclusivas.
En Oeiras se encuentran los viñedos más próximos a la capital lusa. Están sobre las tierras que pertenecieron al Marqués de Pombal, en las que el célebre estadista construyó un espectacular palacio de estilo barroco versallesco, con sus fuentes y jardines, hoy visitables. La mayor parte de la producción es de un vino generoso, elaborado a partir tanto de uvas blancas como tintas y con bastantes diferencias (cromáticas y de sabor) respecto al moscatel de Setúbal. Un vino ideal para acompañar aperitivos y postres, como los que se sirven en el restaurante del Hotel Palácio Estoril.
Un histórico de esta localidad costera, donde residió o vacacionó buena parte de la realeza europea después de la II Guerra Mundial.
Algo más al norte, sin perder de vista la línea de costa, se encuentra el municipio de Torres Vedras, famoso por sus playas y también por su zona vinícola. Junto a Fernandinho, impacta el paisaje “toscano”: los viñedos se suceden sobre colinas tachonadas de cipreses y frutales y pequeños pueblos aupados sobre oteros. Es aquí donde se encuentra Adegamãe (Bodega Madre). Con ese nombre, los propietarios pretenden demostrar que no son menos cuidadosos y no derrochan menos cariño que una madre en el cultivo y crianza de sus vinos. Y desde luego que lo consiguen. Aquí se producen, fundamentalmente, blancos y tintos. Éstos, a salvo de una excesiva salinidad mediante el sencillo sistema de plantar los viñedos a resguardo de las colinas. Tanto la bodega como el diseño de las etiquetas dan fe de su modernidad (apenas tiene seis años), con tres marcas (Dory, Pinta Negra y Adegamãe) que engloban vinos de muy diversa personalidad, pero que seducen por sus originales coupages.