Opinión

¿La felicidad engorda?

Autor: Andrés Sánchez Magro
Fecha Publicación Revista: 01 de abril de 2014
Fecha Publicación Web: 22 de noviembre de 2015

Durante los últimos años se han ido estudiando mitos de nuestra cultura y hábitos alimenticios. El saber popular entrama y esconde grandes verdades y también grandes mentiras. Por eso hasta en el mundo de la genética encontramos explicaciones a dudas y culpas de nuestros buenos o malos hábitos. Todos sabemos que el secreto de la talla cuarenta es comer poco y hacer ejercicio diario. Vida sana aunada a la dieta mediterránea como pasaporte a la felicidad y una imagen de anuncio.

Lo anterior ahora se queda un poco cojo con el descubrimiento del denominado iroquois, conocido desde hace ya décadas y que pasa ahora a ser el responsable malvado de estas epidemias mundiales, que son la obesidad y la diabetes. Seguramente será uno de los argumentos que escucharemos, para ser consecuentes con las extensas comandas en mesa y mantel con compañeros gourmet que se justificarán gracias a la genética. Lo normal y previsible será indicar que la mitad de las causas de la obesidad se achacarán a ese gen que algunos de nosotros tendremos alteradillo.

Con todo esto que nos están informando se darán cuenta de la tendencia actual de nuestros ideólogos gastronómicos, así como el de nuestros mejores gourmets. La cocina actual combinada con las avanzadas técnicas, ya se sabe como decía la zarzuela que las ciencias adelantan una barbaridad, también la culinaria. Así, el reiterado uso del nitrógeno por poner un ejemplo, está llevando a los cocineros a ser grandes alquimistas de la cosa.

Pero conociendo a grandes chefs te das cuenta que no solo de las nuevas técnicas viven estos ingenios, sino que todos acaban tirando de sabores de la tierra como el de la morcilla, las patatas, la caballa... eso sí, con una puesta en escena siempre renovada e imaginativa. Como los toreros clásicos, lo que se llama tirar de repertorio.

¡Vaya se centran también en el conocimiento y se esmeran cada vez más en la ejecución!, hasta el snobismo de tener en sus restaurantes una carga de aguas, en la que últimamente nos sorprende una ligera y delicada, con transparencia y encaje de elite, del diseñador Elie Saab para el agua mineral Evian. Ya desde hace años costureros de prestigio crean ediciones limitadas de este agua pija. Tal es la sofisticación de nuestras cocinas que no creo que me vuelva a sentar en el tiovivo gastronómico Español hasta no ver el documental, el somni, y aquí dicen experimentar con el límite de los sentidos.

Ahora para acabar de sorprendernos con la ciencia en sus manos, está el inalcanzable gastronómico, Ángel León, capitán de Aponiente, con tripulación y respeto infinito, que consigue extraer del mar emociones y sensaciones que nunca jamás creo que nadie podrá llevar a la cocina La última, vertiginosa, luminosa e inimaginable proeza es la investigación para llevar la luz del océano a un plato.

Pasen y vean. Este animal mediterráneo descubridor de lo simple, tiene tantas sorpresas en su talega como que el año que viene, si las cosas salen como el cree, su Aponiente se traslada a un antiguo molino de sal, donde Ángel y su tripulación estarán oficiando e investigando sobre lo que realmente les gusta, el mar y la gastronomía en estados originales y puros.

La última de este heterodoxo, en Madrid Fusión, fue la bioluminiscencia. El auditorio boquiabierto, entendieron como llevar la luz al plato. ¡¡Agua de tomate bacterias y algas, cóctel que agitándolo emite luz!! Al final la ciencia está al servicio de quien rompe barreras, de quién entiende que el noble acto de comer, manifestación cultural de primer orden nos engordará, nos castigará tal vez la figura, pero nos seguirá haciendo más felices.

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