Florencia y Siena
El triunfo del arte
Autor: Alfredo García Reyes
Fecha Publicación Revista: 02 de noviembre de 2016
Fecha Publicación Web: 02 de noviembre de 2016
Revista nº 487
Los florentinos tienen una justificada fama de triperos. No de que les gusten las comidas abundantes (que también), sino de saber sacar el máximo partido a los ganados, convirtiendo sus intestinos en preparaciones que, en manos de sus cocineros, se convierten en auténticas delicias. Un ejemplo: el lampredotto, que no es sino el cuajo de los bovinos, cocinado lentamente y con varias especias, con un concepto similar al de nuestros callos. Es, sin duda, uno de los platos más demandados y eso explica el éxito de All’antico Vinaio, un pequeño local cercano a la Piazza della Signoria.
Frente a las puertas de esta ostería se forman larguísimas colas de florentinos y visitantes, a la espera del turno para degustar enormes bocadillos y tostas cuya base es un pan de hondo sabor a campo.
Tras digerir tan generoso piscolabis se impone la visita a la Signoria. Esta plaza pública es un escenográfico teatro donde el arte más sublime se hace hueco entre las riadas de turistas que habitualmente lo agobian. La plaza está presidida por el Palazzo Vechio (siglos XIII-XV), sede del Ayuntamiento y antiguo Palacio Ducal de Lorenzo de Medici.
También está aquí está la soberbia Galería de Esculturas (Loggia dei Lanzi), la fuente de Neptuno, obra de Ammannati y su discípulo Giambologna, entre otros y, sobre todo, el acceso, a través del Piazzale degli Uffizi, al fundamental museo del mismo nombre, donde se preservan algunas de las obras maestras de Botticelli, Giotto, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Rafael, Cimabue, Piero della Francesca, Tiziano, o Caravaggio, entre otros muchos.
A los Uffizi se les podría dedicar días enteros. Así que cómo no pasar allí, al menos, una mañana, procurando hacerse un hueco entre la incesante marea de visitantes para contemplar sus obras más destacadas, entre ellas “El Nacimiento de Venus” y “La Primavera” de Boticelli. Desde luego, y por sí solo, este museo justifica la visita a esta ciudad nacida y crecida por y para el arte, alimentada por la sensibilidad, la riqueza y el poder de sus principales mecenas, los Medici.
Paradigmas del Renacimiento
Esa riqueza se percibe, por ejemplo, en la Catedral de Santa Maria del Fiore (s. XIII-XV), majestuosa construcción en la que intervinieron varios y brillantes arquitectos, entre los que destaca Brunelleschi y su magna obra: la cúpula. Una enigmática estructura de casi 115 metros de altura y un diámetro de 45,5 metros. A ella hay que sumar otros dos paradigmas artísticos: el campanario de Giotto y el baptisterio octogonal de San Juan, en cuyas puertas de bronce (sobre todo las que Miguel Ángel llamó “del Paraíso”), Ghiberti estableció los cánones de la perspectiva renacentista aplicados al bajorrelieve.
Muy cerca de la enorme plaza de la Catedral está la Galería de la Academia, donde se encuentra el más famoso “habitante” de la ciudad: el David, la colosal (5,17 metros de altura) y perfecta escultura en mármol cincelada por Miguel Ángel (de nuevo). Claro, que no está solo: comparte espacio con el grupo “de los esclavos” esculpidos por este mismo artista para la tumba del papa Julio II, además de una interesante colección de pinturas desde la Edad Media hasta el Barroco.
Alta cocina “alla florentina”
Tras tanto arte y tanta belleza pétrea (uno entiende perfectamente a Stendhal y su célebre Síndrome) se impone un paseo junto al río Arno, flanqueado por algunos de los mejores cafés, terrazas, hoteles y restaurantes de la ciudad. Por ejemplo Borgo San Jacopo, cuyo chef Peter Brunel ha llevado las preparaciones locales a los niveles de la alta gastronomía italiana, regándolas con los mejores vinos toscanos (su bodega tiene más de 600 referencias). No menos surtida es la gravosa bodega de Enoteca Pinchiorri que, con sus tres estrellas Michelin es un lugar perfecto para acercarse al universo enológico toscano, más allá del conocido Chianti: por ejemplo los Brunello di Montalcino y los Montepulciano, muchos de ellos envejecidos en barrica, pese a la tendencia habitual en el país transalpino.
Si apetece una comida más informal, está la opción del Mercado Central donde, según esa moda globalizadora que transforma los mercados tradicionales en centros gourmet, se puede picotear en sus puestos, reconvertidos en barras y mostradores de vidrio, o comprar algunos de los productos gastronómicos de la región. Entre éstos, merecen capítulo especial los quesos (el pecorino, o “mazolino” es la estrella) y los salumi (embutidos). Y, por supuesto, el apreciadísimo aceite de oliva virgen extra toscano, sin duda entre los mejores del mundo.
Al otro lado del río
Sobre el Arno está el Ponte Vechio, casi un barrio en sí mismo y sede secular de los joyeros y orfebres locales. Merece la pena visitarlo a la caída de la tarde, cuando sus casas de colores se reflejan en el río dotándolo de un cierto ambiente onírico.
El puente comunica la ribera norte y sur de la ciudad. Su continuación, Via de Guiccardini, conduce hasta el Palazzo Pitti, construido para el banquero Luca Pitti y que albergó también a Leonor de Toledo, consorte de Cosme I Medici, a Napoleón Bonaparte durante su campaña italiana y, durante un breve tiempo, fue la residencia oficial de los reyes italianos. Hoy es una magnífica pinacoteca (con un importante catálogo de esculturas también) que muestra obras de los más grandes artistas florentinos del Renacimiento y posteriores.
Los barrios de la ribera norte del Arno rezuman autenticidad, no a salvo del turismo, pero sí del turismo masivo, y las trattorías, osterías y terrazas se convierten en un lugar ideal para degustar algunos de los platos locales y regionales: como los papardelle (un tipo de pasta) con carne de jabalí, liebre, setas, ragú… O la célebre bistecca alla florentina, jugoso corte de vacuno de no menos de medio kilogramo de peso. Sin olvidar el pan toscano y sin sal con el que se elabora la tradicional bruschetta -versión toscana de nuestro pa amb tomàquet-.
En ese mismo barrio están las terrazas panorámicas del Piazzale Michelangelo y la abadía de San Miniato al Monte, los mejores miradores de la urbe, desde donde se entienden a la perfección los increíbles volúmenes de la Catedral. Un lugar ideal para contemplar uno de los atardeceres más impactantes de Italia, con la ciudad y sus monumentos como actores principales de una escenografía inolvidable.
De Florencia no puede irse uno sin hacerle una visita a Dante Alighieri, el autor de “La Divina Comedia” en su casa-museo (museocasadidante.it); admirar el soberbio interior de la basílica de la Santa Cruz (Santa Croce), del siglo XIII -el templo franciscano más grande del mundo-, y en la iglesia de Santa Maria Novella, contemplar el célebre crucificado de Giotto. Y, por supuesto, sin tocar el hocico del Porcellino, la fuente de bronce situada junto a la logia del Mercado Nuevo. Según la tradición, quien así lo hace garantiza regresar a la ciudad de los Medici en alguna otra ocasión. De paso, en este mismo mercado uno puede proveerse de algunos recuerdos en forma de prendas y otro objetos de piel curtida, una de las manufacturas más representativas de la región.
Siena y su célebre Palio
Para completar el viaje, merece la pena una excursión a Siena, a tan solo 75 kilómetros. Esta pequeña ciudad está asentada sobre una colina desde la que se divisa la armonía de los célebres campos toscanos.
Perfectamente recorrible a pie, acoge cada año la fiesta más conocida de Italia: el Palio. Esta trepidante carrera ecuestre pone a prueba la rivalidad entre las “contradas” sienenses (los barrios) y se desarrolla, el 2 de julio y el 16 de agosto, en el limitado reducto del Campo, plaza principal de la localidad. Este espacio, que está inclinado, -añadiendo otra dificultad más a la competición-, lo vigila desde hace casi siete siglos la torre del Mangla, adosada al Palazzo Pubblico.
Pero la obra arquitectónica más relevante de Siena, sin duda, es su Catedral y Campanario (siglos XIV-XVI). Tan perfectos que casi parecen irreales, completamente recubiertos de mármol blanco y negro. Esta piedra es también la que recubre, en forma de mosaicos, su pavimento, historiado con escenas bíblicas. El templo alberga también esculturas de artistas tan relevantes como Miguel Ángel, Donatello o Giotto.
Para terminar el viaje y entender la singularidad de esta ciudad, convendría dejarse seducir por los sabores más auténticos de la campiña toscana en los recoletos restaurantes que se encuentran por doquier. Por ejemplo, la sencilla y suculenta ribollita (sopa de pan y verduras) o los habituales crostini di fegato, pequeñas tostas untadas con un paté a base de higaditos de pollo o conejo, alcaparras, anchoas, salvia y mantequilla.Y, por supuesto, callejeando de forma errática para contemplar cómo de sus casas y palacios cuelgan no solo los estandartes de cada contrada, también las ropas secando al aire y el sol, evidenciando esa prodigiosa simbiosis entre el arte y lo popular tan característica de la Toscana.
Guía práctica |
Cómo llegarA Florencia con Iberia y Vueling desde Madrid y Barcelona. De Florencia a Siena, en tren. |
Dónde comerBorgo San Jacopo — Florencia Cocina de inspiración toscana reinterpretada para convertirse en alta gastronomía. Con vistas al Arno y el Ponte Vechio. Menú degustación: 115 €. Enoteca Pinchiorri — Florencia El reino de Annie Féolde se sitúa en un bonito palacio renacentista del centro de la ciudad. Menús degustación de 175 a 250 €. Carta de vinos peligrosa. All’antico Vinaio — Florencia La autenticidad de su cocina y el mimo con que puede elaborarse algo tan básico como un bocadillo. Mejor fuera de las horas punta y de los fines de semana. (De 10 a 15 €) La Taverna di San Giuseppe — Siena Para conocer la cocina toscana del campo a un precio ajustado a la calidad del producto. Antes de sentarse (conviene reservar) es aconsejable visitar el local y recorrer sus espacios bajo roca. (Precio medio, 45 €) |
Dónde dormirVilla Cora — Florencia Dominando el Jardín de Boboli, este palacete es una buena sugerencia para evadirse del bullicio en torno al Arno. Habitaciones clásicas, decoradas con obras de arte y antigüedades. También ofrece un pequeño spa. Hab. doble 332 €. Center Hotel Arnarhvoll — Florencia Establecimiento muy céntrico inaugurado en 2007, con habitaciones de diseño nórdico, cómodo, funcional y con muy buen servicio. Pertenece a un grupo con varios hoteles en el corazón de la capital. Hab. doble 270 €. Grand Amore Hotel & Spa — Florencia Nuevo hotel de lujo de diseño minimalista abierto en 2014. Integrado en la naturaleza, ofrece vistas únicas del lago y los volcanes desde sus amplias habitaciones. Cuenta con buen restaurante. Hab. doble 266 € Homeaway — Florencia Hay lugares donde merece mucho la pena alojarse en auténticas viviendas. Por ejemplo, Florencia, donde algunas se sitúan en palacios históricos, como los apartamentos y villas que ofrece esta empresa. Apartamentos desde 40-50 €/día. |