Viaje a Israel
Sabores bíblicos
Autor: Enrique Domínguez Uceta
Fecha Publicación Revista: 02 de abril de 2018
Fecha Publicación Web: 25 de abril de 2018

Situado en la bisagra en la que se unen África y Asia, con costas en el Mediterráneo y en el Mar Rojo, Israel ha sido puente de paso del género humano en su expansión desde África hacia Eurasia y punto de encuentro de rutas comerciales marítimas y terrestres. Lugar sagrado, tiene un significado para judíos, cristianos y musulmanes que, cuando recorren el país, buscan su historia, desiertos, playas, y también los sabores ancestrales del Medio Oriente.
Un estilo de vida mediterráneo
Sobre el tapiz de un territorio árido, quien quiera conocer Israel debería engarzar en su visita, al menos, seis grandes destinos muy diferentes entre sí; la extraordinaria riqueza monumental e histórica de Jerusalén, la esplendorosa alegría de Tel-Aviv, la desolada belleza del Mar Muerto, las aventuras en el desierto del Néguev, la despreocupación balnearia de Eilat en el Mar Rojo, y el disfrute del Mar de Galilea.
En Israel se da gran importancia a la alimentación, y la mediterraneidad de su vida cotidiana se refleja en la manera que la comida está presente en el espacio urbano. Hornos y obradores trabajan de cara al público, proliferan puestos de comida callejera y mercados al aire libre, y en las grandes ciudades se encuentran restaurantes formales de alto nivel. La gastronomía, que sólo cuenta con siete décadas de historia, está enraizada en la tradición de Oriente Medio, encontrándose en todo el territorio preparaciones de falafel, hummus, shakshouka o cuscús, y carnes de pollo y cordero. A los platos locales se han incorporado los que llegaron con los judíos de la diáspora; aportaron los matices de la cocina sefardí, de ascendencia española y otomana, y de la ashkenazi, procedente de Polonia y Rusia.
Todavía es emocionante detectar en la mesa los productos básicos de la dieta de los más antiguos habitantes de Oriente Medio; trigo, cebada, aceitunas, higos, dátiles, granadas y uvas. Se unieron más tarde garbanzos, tomates y verduras suculentas. Recientemente, la nueva agricultura ha llevado a los mercados los cítricos, aguacates y productos subtropicales. La religión incide en la alimentación, generalizada la comida kosher, que emplea los ingredientes que se adaptan a las leyes dietéticas del judaísmo de hace 3.000 años. Esas normas, básicamente, prohíben comer cerdo y moluscos, y mezclar productos cárnicos con derivados lácteos.
La moderna Tel Aviv
La ciudad muestra la cara más contemporánea en una urbe moderna situada junto al Mediterráneo, sembrada de torres de oficinas. A los pies de los rascacielos se extienden 13 kilómetros de playas llenas de hoteles y de centros de diversión. Configura en la costa un Miami mediterráneo que posee una extraordinaria colección de edificios funcionalistas, creados por los arquitectos judíos educados en la Bauhaus alemana que huyeron del nazismo en busca de nuevos horizontes. Esa colección de inmuebles modernos, que aún no han cumplido un siglo de historia, ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad, y justifica el sobrenombre de la Ciudad Blanca.
Los teatros, auditorios, orquestas, museos y galerías de arte han convertido Tel Aviv en la vanguardia de la cultura contemporánea en Israel, y sus mercados y restaurantes le otorgan la capitalidad gastronómica del país. Hay que visitar el barrio de los yemenitas y sumergirse en el bullicio del mercado al aire libre de Carmel, para luego dirigirse al mercado cubierto de Sarona en busca de la versión contemporánea del zoco oriental. Es imprescindible probar las delicias del reputado Catit, donde trabaja en los fogones Meir Adoni, considerado el mejor chef de Israel, que lidera también otros tres locales en la ciudad, Mizlala, BlueSky y Lumina. Prestigio y animación se encuentran en las mesas de Port Said y en las de Raphael. Y tampoco hay que perderse Yafo (Jaffa), con su casco antiguo recuperado y su viejo puerto. En cuanto a la vida nocturna, no hay discusión, Tel Aviv acoge la más divertida y vibrante que se pueda imaginar.
El legado histórico-religioso de Jersualén
Principal conjunto monumental de Israel, con una abigarrada acumulación de vestigios y monumentos, de restos romanos y bizantinos, murallas del tiempo de los cruzados y de los otomanos, y lugares sagrados de tres religiones monoteístas; el Muro de las Lamentaciones de los judíos, la Cúpula de la Roca de los musulmanes, y el Santo Sepulcro de los cristianos. La densidad histórica se traduce en un laberinto de significados que se superponen en las estrechas calles de la ciudad vieja, ideales para pasear y para comprar en las numerosas tiendas que orillan el camino del Vía Crucis que recorrió Jesús.
Las emociones no se detienen en lo estético o religioso, también conmueven los sabores, la animación de zonas de ocio en el casco antiguo como el Souq Khan as-Zeit, o la energía del mercado Mahane Yehuda. Entre todos ellos destaca Machneyuda, que hace maravillas contemporáneas con los productos frescos procedentes del mismo mercado. Otras buenas opciones para conocer la mejor gastronomía de Jerusalén se encuentran en las mesas de The Eucalyptus o de Mona, que son compatibles con probar la opción de The Dining Hall, basada en la autenticidad y la austeridad de los kibutz.
Entre Tel-Aviv y Jerusalén hay una hora de trayecto por la carretera que divide al país en dos mitades. Al norte quedan las tierras de Samaria y Galilea, donde se puede navegar en las aguas del Lago Tiberiades. Muy cerca, en Nazaret, merece una visita el lugar que acogió el nacimiento del cristianismo, al anunciar el arcángel Gabriel a María la concepción. Nazaret es la mayor comunidad árabe de Israel, tiene un espléndido templo de la Anunciación, un bonito casco viejo y un mercado lleno de vida. Al oeste de la ciudad, en Acre, se pueden ver todavía las imponentes fortalezas que levantaron los cruzados sobre la costa mediterránea al norte del gran puerto de Haifa.
Hacia Belén
Los cristianos tienen una visita imprescindible en la ciudad palestina de Belén, situado a 9 kilómetros al sur de Jerusalén, se encuentra la basílica paleocristiana de la Natividad. Siguiendo hacia el sureste, atravesando el desierto de Judea, en media hora se llega al Mar Muerto, el lugar de menor altitud de la tierra, a 423 metros bajo el nivel del mar.
Su orilla se ha convertido en un área de ocio local en los balnearios de Ein Gedi y de Ein Bokek, donde es posible bañarse en piscinas de aguas sulfurosas, untarse con barro negro natural cargado de minerales, y comprobar cómo el cuerpo flota en sus densas aguas, diez veces más salinas que las del Mediterráneo.
Después conviene recorrer el desierto, visitar el laberinto de cuevas de Beit Guvrin, y terminar subiendo a la inexpugnable fortaleza de Masada, que mandó construir Herodes el Grande en una meseta elevada 400 metros sobre el Mar Muerto. La historia cuenta que allí se inmolaron un millar de judíos para evitar rendirse a los romanos. Ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad, y posee uno de los paisajes más espectaculares del planeta.
La parte sur del país está ocupada por el desierto del Néguev, que se convierte en un paraíso vacacional a pleno sol en Eilat, la ciudad balnearia a orillas del Mar Rojo; sus playas, llenas de vida marina en torno a algunos de los arrecifes más bellos del mundo. En el espacio asomado a la bahía del restaurante Pago Pago se sirven impecables preparaciones respetuosas con la calidad de sus productos marinos frescos. En el ascético Whale combinan magistralmente la calidad culinaria con la sencillez. Ambos encabezan una colección de buenas referencias en la que destacan también Rak Dagim y The Last Refuge.
Si se suma al valor de los monumentos el de las diferentes cocinas, la tradicional, la de inspiración religiosa, la que procede de la diáspora, la de los pescados y mariscos del Mediterráneo y del Mar Rojo, y la presencia de restaurantes exóticos y de vanguardia internacional, puede decirse que Israel ofrece una de las propuestas viajeras y gastronómicas más extensas del mundo.