Viaje Ámsterdam
Ciudad entre canales
Autor: Alfredo García Reyes
Fecha Publicación Revista: 01 de febrero de 2018
Fecha Publicación Web: 31 de enero de 2018
La comida oficial por definición, es el rijsttafel, que no es exactamente un plato, sino una forma diversa, colorista y sabrosa de acompañar los diferentes tipos de arroces de estilo oriental con más de 20 platos realizados a base de verduras y legumbres, carnes de pollo y ternera y pescados.
Todo ello aliñado con salsas muy especiadas y aromáticas. Es un auténtico festival para los sentidos, cuyo origen se sitúa en la época colonial, cuando los holandeses dominaban buena parte de la actual Indonesia. Fue allí donde nació el rijsttafel, importado por los colonos, para convertirlo en la comida “oficiosa” de la ciudad. Un buen lugar donde probarlo (aunque algunos puedan considerar una “turistada” cenar a bordo de un barco-restaurante mientras se recorren los principales canales) es Blue Pepper.
No debe sorprender esta fusión gastronómica en una ciudad tan internacional como ésta. Y no es solo que los vientos de la geopolítica actual hayan traído hasta sus casas seculares a personas llegadas de todos los continentes. Es que la capital holandesa ha sido, desde siempre, un lugar de acogida de pueblos y culturas malditos: por ejemplo, muchos de aquellos judíos expulsados de nuestro país por los Reyes Católicos.
Así pues, la multiculturalidad y una moralidad abierta se imponen entre la población. Una apertura que adoptan, en cuanto ponen el pie en la Estación Central, la mayoría de quienes la visitan.
Mentalidad abierta
Pocos se sorprenden ya con los “escaparates” del Barrio Rojo, salvo algún turista despistado que ve morbosidad en lo que no deja de ser un espectáculo (de “carne humana”), pasado de moda y de dudoso gusto. Tampoco llaman la atención los coffe-shops en los que, desde hace décadas, se vende marihuana y otro tipo de drogas denominadas “blandas” de forma absolutamente legal.
Y menos aún deberían sorprender los cuerpos despojados de ropa –en cuanto asoma un cálido rayo de sol–, en el Vondelpark, el espacio verde más extenso del centro de la ciudad.
Lo que sí llaman mucho la atención, en cambio, son los nuevos vientos culinarios que invaden los fogones de sus mejores restaurantes. Incluso en algunos clásicos como Librije’s Zusje (a partir de 80 euros) que, sin abandonar su esencia, ahora se deja llevar por las nuevas tendencias en ingredientes, técnicas y texturas.
O el restaurante del Hotel Pulitzer (otro clásico de la capital holandesa): Janzs llama la atención por su cuidada estética, minimalista y cálida, y porque trae a la mesa sabores y todo tipo preparaciones de la alta cocina internacional con un interesante toque de originalidad, sobre todo en las presentaciones.
Algo más que un museo de la cerveza
Ámsterdam es la patria chica de la que, probablemente, sea la cerveza más conocida del mundo: la Heineken. La antigua fábrica de la marca, muy próxima al centro de la ciudad, ocupa un característico edificio industrial de ladrillo visto y hoy ofrece la Heineken Experience, una interesante visita a los entresijos y fundamentos de esta cerveza, degustación incluida.
Quienes reservan la “Visita VIP” tienen también la posibilidad, al final del recorrido, de probar cinco variedades Premium de la marca.
Esta es, sin duda, una de las atracciones más solicitadas en la ciudad. Pero la palma se la llevan dos museos fundamentales: el de Van Gogh, que exhibe la mayor colección en el mundo de obras realizadas por este genial pintor; y, sobre todo, el Rijksmuseum, un compendio del arte flamenco y de los Países Bajos desde la Edad Media hasta el siglo XX, con obras fundamentales del propio Van Gogh, Rembrandt (aquí está su célebre Guardia de noche), Vermeer, Rubens, Frans Hals… Además de una interesante colección de arte asiático y egipcio.
No menos habitual es la visita a la llamada Casa de Ana Frank, en cuyo desván estuvo recluida la niña junto a su familia y otras más, durante más de dos años en el periodo de ocupación nazi de la ciudad. Aquí fue donde escribió el célebre diario que lleva emocionando (y conmocionando) a varias generaciones desde entonces.
Nuevo perfil urbano
A estas visitas se ha sumado, desde no hace mucho, un lugar muy interesante para tomarle el pulso a la nueva arquitectura en Holanda: el Eye Film Institut (Museo del Cine).
Situado a espaldas del no menos emblemático edificio de la Estación Central, se llega hasta aquí en los miniferries gratuitos que conectan la zona norte de la ciudad con el centro en horario ininterrumpido durante las 24 horas.
Fue diseñado por el estudio austríaco Delugan Meissl Associated Architects y ofrece cuatro pantallas de diferentes dimensiones y tecnologías, 640 asientos y 1.200 metros cuadrados de espacio para exposiciones.
De vuelta al centro, a través de la ya mencionada Estación Central (edificada a finales del siglo XIX en un efectista estilo neorrenacentista), es imposible no quedar impactado por la aglomeración de bicicletas que, a diario, invade todos sus accesos.
Y es que éste, sin duda, es el mejor sistema para moverse por Ámsterdam, urbe privada de cuestas, laberíntica en su urbanismo, con cientos de canales que se salvan a través de escenográficos puentes que “obligan” a tener siempre a mano la cámara de fotos.
Esos canales son, literalmente, el hogar de numerosos amsterdaneses, que han transformado los antiguos paquebotes en originales casas-barco. Muchas de estas curiosas viviendas (más de 2.000 anclados en la ciudad) se pueden admirar en el que, para mí, es el barrio más auténtico del centro de esta urbe: Jordaan.
Hasta los años 80 del siglo XX fue un barrio obrero y popular, pero la especulación obligó a los primigenios habitantes de la zona a emigrar a otras más asequibles para su economía. Les reemplazaron bohemios, intelectuales, artistas y parejas jóvenes, que le dieron a la zona un nuevo aire, más artístico, cultural y, desde luego, muy atractivo.
Para reponer fuerzas
Tras tanta visita es preciso recuperarse con algunos de los productos más típicos de la gastronomía holandesa.
Desde luego, con quesos, como los Edam o los Maasdam que, además, se producen en localidades relativamente cercanas a la capital: el mercado de quesos de Alkmaar, a media hora de tren, se celebra en la temporada de primavera/verano, todos los viernes por la mañana y es un auténtico espectáculo de tradición secular.
Pero también están los arenques, que se presentan (como en el resto de la Europa del Norte) en las más diversas preparaciones: ahumados, a la parrilla, marinados…; las caballas; las jugosísimas y enormes ostras; los mejillones, con un sabor y una firmeza de carne muy intensos que les otorgan las frías aguas del Mar del Norte; la contundente erwtensoep, sopa a base de guisantes, otras legumbres y chacinas y que, en sí misma, es ya una comida completísima; las sopas de varias verduras, las de calabaza, las bitterbals (albóndigas de carne), que se acompañan de las salsas más diversas.
Desde luego, variedad no falta en una ciudad que, como ya hemos dicho, está siempre abierta a las influencias que llegan del resto del planeta. Y, por supuesto, también las culinarias.