Da Vinci

500 Años del Loira

Autor: Óscar Caballero
Fecha Publicación Revista: 01 de abril de 2019
Fecha Publicación Web: 16 de mayo de 2019

Menú en todos los sentidos del término: diseñador de armas, de puentes, de instrumentos, zurdo experto en la escritura que se lee con ayuda de un espejo, dibujante eximio, da Vinci, pintor de pocas obras, dibujó la sonrisa más enigmática de la historia de la pintura. Y con esa Gioconda dejó, sin saberlo, un cuadro imán al que hoy es, en buena parte gracias a esa Mona Lisa, el museo más visitado del mundo.

Tanto es así que el Louvre no tuvo más remedio que ponerle sala propia: un buen porcentaje de los 10.800.000 visitantes del 2018 –récord mundial– quieren ver de cerca esa Mona, menos lisa de lo que parece: ni siquiera se conoce a ciencia cierta el nombre de la modelo.

¿O el modelo? Marino Albinesi, fiscal romano y presidente del Circolo Enogastronomico d’Italia, escribe en el prólogo a la edición francesa de las supuestas notas de cocina del pintor, que legó parte considerable de sus bienes a su cocinero, Battista de Villanis. Según Albinesi, “porque el arte de la cocina le interesaba más que ningún otro”. De acuerdo con cotillas, apoyados por el dato de que no tuvo descendencia, porqueel tal de Villanis era su pareja.

Juegos de agua y fuego

¡Ojo! Ese libro es tan entretenido como carente de rigor histórico. Sí parece cierto que en 1473 Leonardo tuvo algo que ver con la cocina de una taberna llamada De los tres caracoles. Y con su amigo Sandro Boticcelli fue patrón de otra. Sin olvidar los documentos que aseguran que organizó fiestas y banquetes.

Como su contemporáneo Miguel Ángel (1475-1564) Leonardo prefería la corte y sus mundanidades a la modesta vida de un taller en los suburbios. Hombre curioso de todo, el montaje de fiestas grandiosas para subrayar la potencia de alguno de sus protectores (de Ludovico Sforza al príncipe César Borgia) le divertía tanto como las descripciones científicas que dejó en su célebre Codex Atlanticus. Por eso el vasto programa de festejos del valle del Loire, consagrado por su parte destino turístico 2019 por Atout France, acumula eventos gastronómicos, en una serie iniciada el 22 de marzo, en Bourges, con El festín de Catalina de Médicis y Leonardo, la gastronomía de uno a otro Renacimiento.

En la mansión Clos Lucé donde murió y en el castillo real de Amboise en donde fue, pero no está, enterrado (le mostrarán la tumba, pero en realidad ella desapareció, con parte del edificio, entre 1806 y 1810), la mayor responsabilidad de Leonardo, en los escasos tres años que le dejó la vida desde su llegada al Loire, consistió en supervisar festejos.

Si Vatel, resucitado en el cine por Gérard Depardieu en héroe de la comida, se suicidó a causa de un fallo en el banquete a su cargo, da Vinci se aplicó más a lo que hoy se llamaría luz y sonido. Y a la creación de máquinas para juegos de agua y fuego.

El viaje de la Gioconda

Para el turista, un viaje en el tiempo: cinco siglos. Y en el espacio: si el periplo de da Vinci unió Toscana y el Loire, usted recorrerá los 220 km que separan París de Amboise. A las puertas del castillo que lleva el nombre de la ciudad. Y que contaba más de cuatro siglos de existencia, en 1434, cuando se convirtió en domicilio real y antecedente de Versalles.

Francisco I (Francisco de Orléans: 1494-1547) recibió en este mismo portal, del brazo de su madre, Luisa de Valois, a un anciano –64 años en aquel 1516– cuya obra inclasificable modificaría la cultura occidental.

Leonardo cruzó los Apeninos con ayuda de dos de sus discípulos. El cocinero Battista de Villanis y Francesco Meizide cargaban el baúl con tres telas a las que nadie daba la importancia que hoy tienen: Santa Ana, San Juan Bautista y sobre todo La Gioconda.

También aportaban el Renacimiento, que Francisco I quiso comprar ya hecho, en la persona polifacética de Leonardo, de quien le impresionara en 1515 un autómata con forma de león.

“Es de da Vinci, el protegido de Julián de Médicis, hermano del Papa”, le dijeron. Por eso, al conocer la muerte de aquel hermanísimo, invitó a da Vinci. También es verdad que Francisco I, como rey, no podía ignorar que desde 1505, cuando se puso a las órdenes de Carlos de Amboise, gobernador de Milán, o dos años más tarde, ingeniero militar de los ejércitos del Luis XII, el toscano da Vinci había dado buenas pruebas de fidelidad a la corona.

En la recepción, a pie de castillo, Francisco I le entrega un documento que lo identificaba como “primer pintor, ingeniero y arquitecto del rey”. Un cargo creado a medida. Y con dotación económica suficiente “para vivir y crear a su guisa”.

Vino, vinagre y mostaza

Mínimos en cambio los 11.70 € que pagará usted para entrar al castillo. Suficiente para imaginar desde el umbral aquel encuentro. Amboise es un eje de la región Centre Val de Loire, puntuada por castillos, ciudades gastronómicas como Tours, y paisaje patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

La región, cuna de Juana de Arco y del Rabelais de Gargantúa y Pantagruel, censó 222 bodegas turísticas donde descubrir o reencontrar los blancos monumentales de uva chenin. Y su potencia inaudita de envejecimiento: este corresponsal probó vinos de la DO Vouvray cuya vendimia había sucedido entre 50 y 100 años atrás.

Otra blanca, una rareza, la romorantin, con historia regional ligada a da Vinci: Francico I la importa de Borgoña –80.000 pies de viña– el año de la muerte del toscano. ¿Un homenaje? Los hace plantar en los alrededores de ese castillo de Romorantin que Leonardo quería convertir en “ciudad ideal y una nueva Roma”. En cualquier caso, la uva romorantin nutre hoy una sola DO, Cour-Cheverny, con un paladín, el Domaine des Huards, cuyos pies más antiguos son de 1922.

Una peculiaridad de los blancos es la de dar, según los años, vinos secos, semisecos y/o efervescentes, algunos de los cuales compiten con champagnes. Y cada vez más vinos orgánicos, en la línea que abrió allí mismo, en la DO Savennières, Nicolas Joly. Otra curiosidad, el rosado de la familia Bougrier, de grolleau y gamay, al que llamaban vin gris. En fin, blancos de sauvignon, de melon –uva llegada de Borgoña en 1635, da los muscadet del Loire atlántico– y estupendos tintos de cabernet franc.

En el plato, vinagres y mostazas de Orléans, lentejas verdes del Berry, fresa Mara des Bois y otros 106 productos “representativos de las tradiciones culinarias y sus especificidades gastronómicas”, recopilados, como las bodegas, en el inventario del Instituto Europeo de Historia y Culturas de la Alimentación.

¡Ah del castillo!

Cuatro meses después de la muerte de da Vinci, en septiembre de 1519, empezó la construcción, sobre planos en los que da Vinci habría intervenido, del castillo de Chambord. Hoy es otra meca turística de Sologne, la zona en la que nació la tarta Tatin, paraíso de la miel… y de la caza. Un mecenas norteamericano aportó el año pasado 3,6 millones de euros para reconstituir los jardines a la francesa. Y el castillo abrió un hotel, Relais de Chambord, muros antiguos actualizados por el arquitecto Jean-Michel Wilmotte.

Su próxima misión: Jean d’Haussonville, presidente del Establecimiento Público de Chambord, que dirige el castillo, le pidió concebir una bodega contemporánea. Gracias al mecenazgo, ha plantado 14 hectáreas de romorantin. La primera vendimia, de septiembre último, dará unas ocho mil botellas. A término, el viñedo debe aportar un millón de euros.

Solo mantener en pie los 32 km de murallas del siglo XVI exige 300.000 €/año. Por eso d’Haussonville forzó su gusto de melómano de música clásica e invitó la música electrónica del DJ Carl Cox. El ritmo no sólo sacudió el esqueleto de los 3.000 presentes: suscitó, luego, más de cinco millones de visualizaciones en las redes.