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Restaurante Nerua

La cocina callada

Autor: Andoni Sarriegi
Autor Imágenes: José Luis López de Zubiría
Fecha Publicación Revista: 01 de septiembre de 2012
Fecha Publicación Web: 22 de abril de 2016
Revista nº 437

Hay y una nostalgia de las personas y una nostalgia de los lugares. En mi caso, padezco más de la segunda. Como viajero escasamente compulsivo, me gusta regresar a los destinos ya visitados. A la hora de planificar un viaje, esa añoranza de los lugares se impone a la avidez por lo desconocido o por lo lejano. La verdad es que, en algún momento incierto, los países remotos dejaron de atraerme. Con la ciudad de Bilbao, lo tengo fácil, pues para mí es frecuentemente un lugar de tránsito.

Siempre vuelvo y siempre me demoro unas horas (o unos días) para enredar en el Mercado de la Ribera y callejear por las cuestas canallas de Bilbao la Vieja, en la otra orilla. Prefiero un paseo solitario por la ría (el Nervión o Nerua, según nombre latino) a cualquier escapada exótica. Además, cuando la ciudad era gris –cuando nadie había oído hablar aún de Frank Gehry–, ya me atrapaba.

La apertura del Guggenheim, en 1997, convirtió la melancólica capital vizcaína en un destino turístico de primer orden y fue el chispazo para una transformación total, una metamorfosis urbana que no cesa. Llegando desde el aeropuerto de Loiu (la paloma diseñada por Calatrava), la súbita aparición del edificio ensortijado y resplandeciente de Gehry, con sus escamas de titanio, nunca deja de conmoverme, por más que se sucedan los reencuentros. También me emociona, una y otra vez, el estilo delicado –y radical– de Josean Alija, chef del Nerua, restaurante vinculado a este célebre y rentable museo. Es otro de los lugares de Bilbao a los que no puedo resistirme y a los que, tarde o temprano, sé que acabaré regresando.

El actor y realizador Sydney Pollack dirigió un brillante documental acerca de Frank Gehry. Tanto en sus reflexiones como en su modus operandi, podemos encontrar afinidades con el proceso creativo de Josean Alija. El arquitecto prima la faceta escultural de sus obras, esto es, la expresividad personal, pero evita incurrir en lo pretencioso, lo pomposo o lo exuberante. De hecho, a pesar de su sensualidad, su musicalidad y su inspiración cubista, el Guggen puede verse también como un edificio armónico y en calma, como un objeto que acabara de posarse y mimetizarse con el entorno.

Trabajando sobre una maqueta de otro proyecto, Gehry le comenta a uno de sus colaboradores: “Tiene que ser más raro”. Es un arquitecto que corre riesgos y los asume –lo mismo que un artista– a fin de crear algo que nadie haya visto antes. Si el asunto se pone fácil, no funciona.

Quienes hayan profundizado en la cocina de Josean Alija, verán que todo esto les resuena. Un buen arquitecto convierte la chatarra en belleza y el chef del Nerua hace lo propio con unos humildes guisantes o unos cascos de cebolla.

Inmersión en la despensa

Varias son las fuentes de inspiración de Frank Gehry: la pintura clásica, por ejemplo. También su icono bilbaíno inspiró a un chef: Quique Dacosta, cuyo descriptivo homenaje al Guggen-Bilbao es una ostra metalizada (o mineralizada), templada levemente sobre brasas de enebro y cubierta por un velo de plata comestible.

¿Qué puede inspirar a Josean Alija? Muchas cosas: una escena de teatro, una melodía, un recuerdo, un paisaje… Pero sobre todas ellas, el producto. Más en particular, todo aquello que nadie haya hecho aún con determinado producto. La interpretación de un ingrediente, trabajo intelectual que parte del estudio exhaustivo de todo lo que ya se ha hecho con él a fin de desviarse y alcanzar un lugar inédito.

Para ahondar en la despensa, que es también el paisaje, y conocer a fondo la historia de cada alimento, el chef del Nerua tomó una decisión relevante: entrar en contacto directo con los productores, cómplices necesarios. ¿Los últimos sabios? Cada vez más, el producto marcará los tiempos de su cocina y la carta se asociará a los vaivenes regulares de la estacionalidad. El ritmo, los ciclos, el retorno de los sabores, la melodía repetitiva… Y la imaginación, especia imprescindible para que todo sea siempre lo mismo, pero nunca igual.

A partir de 2003, cuando llevaba seis años en los fogones del Guggenheim, Josean Alija decidió tomar el camino más sinuoso (“un río que no sabes adónde te lleva”) y pasar del hacer haciendo –el maldito homo faber– al hacer pensando y creando del homo ludens. No falta el humor, de hecho, en su estilo. Un humor vacilón, inteligente, tranquilo. El chef del Nerua escapó del concepto marcado, convenido, para llegar a una cocina sin referencias, original y transgresora.

Paseando por esa senda, la menos transitada, encontró yemas de arroz guisadas, sesos de cordero al sarmiento, hebras de berenjena asadas, tomates inyectados con hierbas, fideos de zanahoria escarchados, café verde con brotes de guisante, pétalos crujientes, lágrimas de pomelo… Todo eso fue tras recuperarse de un grave accidente en moto. Quince días en coma y un baile a lo agarrao con la muerte.

Las entrañas

Lo primero es la idea o la ocurrencia, que se quedaría en mera abstracción de no mediar el ensayo, la paciencia, la experimentación. Para eso está el chiribitil de i+D, una cocina dentro de la cocina: el corazón, las entrañas del Nerua, donde trabaja Enaitz Landaburu. Tras los tanteos y la consecución, aún otra fase: hacer que esa elaboración resulte funcional, comprobar que puede trasladarse al servicio –a lo cotidiano– sin que se resienta en ningún momento la calidad de las réplicas. Buscar el control, la precisión, la reproducibilidad. Hemos navegado de la intuición al perfeccionismo.

Sin esa travesía, no podrían crearse entre 35 y 40 platos al año, ni podría haber un cambiante menú basado en ocho productos. Entre los que desfilaron en junio de 2012: guisantes lágrima con yema de huevo y vainilla; habitas, brotes de berza, caldo de alubia blanca y castañuela de cerdo ibérico; cocochas y carrilleras de merluza, caldo de aliaria y avellanas; rodaballo con crema de romero y nabo encurtido; natillas de calabaza con bergamota, galleta de enkir (antiguo cereal de los Pirineos) y helado de cerveza.

Los platos de Josean Alija pueden resultar amables sin dejar de ser raros, introspectivos y radicales. De composición lacónica y apariencia silenciosa, pero siempre locuaces en sabor y en aromas. Son bocados con historia, elaboraciones que, bajo su aspecto sencillo y sosegado, condensan y esconden una rigurosa reflexión sobre el producto. 

El chef busca “una cocina que emocione y que haga pensar”, pero sin complicarle la vida al huésped. Los sabores son nítidos, reconocibles, y la sorpresa suele darse en las texturas, muchas veces insólitas, y en la combinatoria de sabores. Ménage à trois: aguacate, pomelo y coco; foie-gras, pera e hibisco; rodaballo, nabo y romero; guisante, vainilla y yema de huevo. Orgía: patata, manzana asada, vodka y lima.

Teatro mudo

Para el comensal, la sorpresa arranca nada más traspasar el umbral del Nerua, ya que no se topa con el comedor, ni con un vestíbulo, sino directamente con la cocina, antes la cara oculta de un restaurante. Se le recibe en el mostrador del pase, que hace las veces de ambigú. Un lujo. Allí le sirven varios aperitivos mientras asiste de cerca a ese espectáculo de teatro mudo que es una cocina en movimiento. Mímica y silencio, concentración, gestos elegantes, precisos. La brigada, dirigida por Adrián Leonelli, trabaja a un palmo del respetable, pero no es un show-cooking. No hay simulación.

El servicio, sencillo y familiar, corre a cargo de Urko Mugartegi y Stefania Giordano. Al llegar a la mesa –redonda y con sillas diseñadas por Frank Gehry–, el comensal vuelve al punto cero: sólo un mantel, una pantalla, un folio por escribir, un signo de interrogante, un agujero blanco. Sin referencias, sin condicionamientos, sin pistas. Una invitación a concentrarse, a dejarse llevar y a descifrar el plato o completarlo. Sin la participación del comensal, la obra quedaría inconclusa.

Cocina de esencias

Los vegetales y los caldos son dos de las señas de identidad del estilo de Josean Alija. La biodiversidad y la estacionalidad (con su carga de fugacidad) le une a los primeros, muchas veces protagonistas casi solitarios de sus recetas. El tomate, el puerro, la cebolla, las habas o los guisantitos lágrima –esencia de la primavera– cobran la presencia que se merecían, resplandecen en el plato y no se les relega al mero papel de aditamento o elemento de sazón. La diversidad, además, siempre es más amena, sobre todo para un ánimo inquieto como el de este chef nacido en 1978.

En cuanto a los caldos, afables e insinuantes, son para Josean Alija “como el alma del producto”. Fondos de cocina, jugos, infusiones, destilados y esencias que, más o menos texturizados, pueden constituir el elemento primordial de un plato y que, en muchas ocasiones, funcionan como elemento invisible, como hilo conductor de la receta. Extraer las esencias, fijar los sabores, revelarlos, propiciar que surja lo oculto y lo impregne todo.

Esa devoción por los vegetales y por los caldos, unida al sentido del humor y al respeto a la tradición, se refleja perfectamente en su homenaje al popular pil-pil: la cebolla blanca con fondo de bacalao y pimiento verde. Un trampantojo en que el taco de bacalao es una cebolla en salmuera cocida al vacío con caldo de laminaria digitata (un alga gelatinosa) y cubierta con una piel de bacalao.

El pil-pil se logra con un caldo de pieles de bacalao montado con un aceite de pimiento verde. Un plato sintético, de textura suave y paladar sutil e imprevisto, en que, de forma sorpresiva, la cebolla cobra la apariencia y el sabor del bacalao. Una inesperada metamorfosis que obliga al cliente a comer con la boca abierta.

Nerua
Museo Guggenheim Bilbao 
Av. Abandoibarra, 2
Bilbao

 

Anchoas a la bilbaína con cebolletas asadas

Ingredientes para 4 personas: 

Para el caldo de verduras:
18 g de dientes de ajo machacados
120 g de zanahorias
60 g de nabos
100 g de puerros
20 g de apio-nabo
80 g de cebollas
80 g de cebolletas
100 g de vino blanco
800 g de agua
64 g de garbanzos rehidratados
1 tallo de perejil

Para el caldo de alga kombu:
500 g del caldo de verduras
30 g de alga kombu deshidratada

Para el caldo de aceituna verde:
250 g de caldo de kombu
100 g de aceitunas verdes deshuesadas

Para las cebolletas guisadas:
16 cebolletas enanas
5 g de hojas de albahaca
5 g de hojas de perejil
25 g de caldo de aceituna verde

Para el aceite picante:
1 l de aceite de oliva
10 g de ajos aplastados
6 g de cayena

 

Para la emulsión de aceituna verde:
Caldo de verduras
Caldo de alga kombu
Caldo de aceituna verde

Para las cebolletas a la brasa:
Cebolletas guisadas
Aceite picante para glasear

Para las anchoas:
16 anchoas
500 g de aceite picante
Salmuera líquida al 5%

Para la mahonesa de bonito, mostaza y anchoas:
50 g de yemas pasteurizadas
7 g de zumo de limón
150 g aceite de oliva
15 g de agua
30 g de bonito embotado en aceite
30 g de anchoas en salazón
8 g de mostaza en grano
2 g de salsa de soja

Para las espinas de anchoa fritas:
16 espinas de anchoa
500 g de aceite de oliva
100 g de harina de fritura

Elaboración: 

Del caldo de verduras: 
En una olla a presión, sudar sin colorear las verduras (picadas en rodajas finas) 10 min. Añadir vino blanco y reducir a seco. Mojar con agua, tapar y cocinar suave 45 min. Reposar fuera del calor. Agregar el perejil e infusionar tapado 15 min; colar y enfriar.

Del caldo de alga kombu:
Envasar al vacío el alga con el caldo de verduras y dejar 30 min. a temperatura ambiente. Introducir en el Roner a 60ºC, 45 minutos. Colar.

Del caldo de aceituna verde:
Introducir las aceitunas deshuesadas y el caldo de verduras frío en la Gastrovac. Programar a 62ºC, 60 minutos. Colar con superbag. Enfriar en un baño maría invertido y reservar en cámara herméticamente.

De la emulsión de aceituna verde:
Mezclar el caldo de aceitunaverde, el aceite y la xantana y triturar hasta lograr una emulsión homogénea.

De las cebolletas guisadas:
Envasar los ingredientes juntos al vacío. Cocinar a 100ºC vapor, 7 minutos, y pasar a un baño de agua con hielo. Sahumar sobre una brasa.

Del aceite picante:
Aromatizar los ingredientes a fuego suave 30 min. y colar.

De las anchoas:
Limpiar de tripas y cabeza las anchoas y desangrar 30 min. en agua y hielo. Retirar la espina central (reservar para freír) y las aletas. Introducir en una salmuera liquida al 5%, 10 minutos. Cocinar en bilbaína a fuego directo a 65ºC.

De la mahonesa de bonito, mostaza y anchoas:
Emulsionar las yemas con sal y zumo de limón. Añadir el aceite. Aligerar la mahonesa con agua y poner a punto con la soja. Agregar bonito, anchoas y mostaza. Triturar y colar.

De las espinas de anchoa fritas:
Desangrar las espinas 1 h. Limpiar y reservar en agua fría. Escurrir, pasar por harina y freír unos segundos en aceite a 180ºC. Juntar 2 espinas con un hilo de mahonesa entre ambas y unirlas a modo de bocadillo.

Presentación: 

Salsear con la aceituna verde. Colocar las anchoas confitadas, con unas gotas de aceite picante y apoyar sobre ellas las cebolletas. Colocar un “bocata” de espinas de anchoa frita.

Cebolla blanca 'dulce', fondo de bacalao y pimiento verde

Ingredientes para 4 personas: 

Para el caldo de laminaria digitata

500 g de agua
30 g de alga laminaria digitata en sal

Para el caldo de pieles de bacalao:
400 g de pieles de bacalao
120 g de agua
24 g de cebolleta
3 g de dientes de ajo aplastados
1 punta de cayena

Para el aceite de pimiento verde y albahaca:
100 g de aceite de oliva virgen
150 g de pimiento verde limpio
2 g de hojas de albahaca

 

Para el fondo de bacalao y pimiento verde:
200 g de caldo de pieles de bacalao
80 g de aceite de pimiento y albahaca
2 g de ajo laminado (sin germen)

Para las cebollas en salmuera:
4 cebollas seleccionadas
500 g de salmuera al 15%

Para las cebollas en salmuera guisadas:
4 cebollas en salmuera
200 g de caldo de laminaria digitata

Para las pieles de bacalao confitadas:
2 pieles de bacalao
20 g de aceite de cayena

Elaboración:

Del caldo de laminaria digitata:
Desalar el alga 5 min. Envasar con el caldo de verduras al vacío y dejar 30 min. a temperatura ambiente. Introducir en el Roner a 60ºC, 45 minutos. Colar.

Del caldo de pieles de bacalao:
Cocer los ingredientes al vacío en el Roner a 62ºC durante 4 h; colar y pasar por una estameña. Reservar en frío.

Del aceite de pimiento verde y albahaca:
Mezclar el aceite y el pimiento en la Thermomix a toda potencia 15 segundos. Envasar al vacío con las hojas de albahaca y pasar al horno a 100ºC vapor durante 60 min. Sacar de la bolsa y pasar por un lito (paño blanco)apretando para que salga todo el líquido. Decantar en un chino dosificador, separando el agua del pimiento del aceite y reservar este último.

Del fondo de bacalao y pimiento verde:
Calentar desde frío el aceite de pimiento y albahaca. Cuando empiece a pilpilear, retirar, templar y colar. Templar el caldo de bacalao, triturar y montarlo con el aceite de pimiento verde.

De las cebollas en salmuera:
Pelar las cebollas e introducir en la salmuera a temperatura ambiente 1 h. Escurrir.

De las cebollas en salmuera guisadas:
Introducir las cebollas en salmuera al vacío con el caldo de laminaria digitata. Cocer en horno a vapor sobre rejilla 90 min. Escurrir. Pasar a una estufa unos 40 min. a 80ºC.

De las pieles de bacalao confitadas:
Untar las pieles con aceite de cayena y disponer entre papel sulfurizados, colocar otra encima y envasar al vacío. Confitar en horno a vapor sobre rejilla 25 min. Cortar las pieles a tamaño.

Presentación: 

Retirar la capa exterior a las cebollas y cortar simulando un taco de bacalao. Sahumar en la brasa. Colocar sobre cada pieza un trozo de piel de bacalao, filmar y regenerar en horno a vapor. Añadir fondo de bacalao y pimiento verde en el plato. Aliñar la cebolla con unas gotas de aceite picante y de aceite de pimiento verde.

 

Milhojas de patata, manzana asada y lima

Ingredientes para 4 personas: 

Para la patata confitada:

600 g de patatas peladas
600 g de almíbar de 30ºC (500 g de agua y 150 g de azúcar)
0,6 g de canela en rama

Para las láminas de patata crocantes:
250 g de patata confitada y tamizada

Para la crema de patata y vodka:
250 g de patata confitada
57,5 g de yemas frescas (6 huevos)
57,5 g de nata
7,5 g de vodka (de patatas fermentadas)
12,5 g de azúcar glas
0,2 g de vainillina
1 gelatina

 

Para la crema de yogur:
50 g de nata líquida
120 g de yogur griego
40 g de yema de huevo
25 g de azúcar
1/2 hoja de gelatina
0,5 g de xantana

Para la crema de manzana asada:
50 g de yemas
50 g de azúcar
100 g de zumo de manzana ecológico
115 g de mantequilla atemperada
50 g de licor de sidra
1 gelatina
0,3 g de xantana

Elaboración: 

De la patata confitada:
Laminar finamente las patatas y ennvasar al vacío con el almíbar. Meter al horno a 100ºC vapor durante 90 minutos. Escurrir del líquido de cocción con un colador hasta que no caiga ni una gota. Reservar 250 g para la crema de patata y vodka y tamizar el resto. Enfriar a temperatura ambiente y reservar.

De las láminas de patata:
Disponer un silpat sobre una plana y escudillar la crema de patata con ayuda de un molde y una espátula. Deshidratar 3 horas a 90ºC y conservar en estufa a 50ºC hasta su uso.

De la crema de patata y vodka:
Rehidratar la gelatina con abundante agua y hielo. Poner el resto de ingredientes, excepto el vodka, en la Thermomix y triturar a máxima potencia (5 min. a 83ºC). Agregar la gelatina rehidratada y el vodka, triturar 2 segundos más y colar. Enfriar y reservar en una manga.

De la crema de yogur:
Rehidratar la gelatina. Hervir la nata. Blanquear las yemas con el azúcar. Agregar la nata a la mezcla de yemas y azúcar y preparar una crema inglesa. Diluir la gelatina en la inglesa. Fuera del fuego, añadir el yogur griego y la xantana. Triturar e integrarlo en la crema. Colar y abatir.

De la crema de manzana asada:
Mezclar el azúcar y las yemas y batir. Hervir el zumo de manzana y volcar sobre las yemas, agregando el licor de sidra. Llevar hasta los 83ºC. Rehidratar las gelatinas y agregar a la mezcla anterior. Colar y enfriar hasta 55ºC en un baño maría de cubitos de hielo y añadir la mantequilla y la xantana. Triturar 2 minutos.

Presentación: 

Escudillar un boton de crema de patata y vodka en el plato. Sobre una lámina de patata crocante disponer botones de crema de patata y vodka hasta rellenarla. Hacer lo mismo con la crema de yogurt en otra plancha de patata y rallar sobre ella un poco de lima. Repetir la operación en otra lámina con la crema de manzana. Colocar la lámina con patata sobre el punto de crema en el plato. Sobre ella la de yogur y lima y, por último, la de manzana. Acabar tapando con otra plancha de patata crocante.

 

 

 

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