Historias vinícolas
Ponsot, el enodetective
Autor: Óscar Caballero
Fecha Publicación Revista: 01 de junio de 2015
Fecha Publicación Web: 09 de mayo de 2016

¿Es usted el feliz propietario de una botella de borgoña, de la Romanée Conti, Domaine Ponsot, Georges Roumier o Armand Rousseau, anteriores a 1980? En un ochenta por ciento de los casos esa botella es falsa. Un trabajo medio enológico –mezcla de vinos–, medio decorativo –cambio de etiqueta– que, a un coste de diez a cincuenta euros, dejó al falsificador de diez a cincuenta mil euros por botella. Lo afirma Laurent Ponsot, al cabo de una historia detectivesca.
Todo empezó con una llamada, en 2008. Un amigo de Nueva York le pregunta desde cuando produce clos-saintdenis en su propiedad. Desde 1982, le contesta Ponsot. Y el amigo: Pasado mañana, una subasta propone clossaint-denis Domaine Ponsot de 1947, 1949 y 1959. Ponsot llama al subastador, un tal John Kapon, quien le jura que las botellas han sido autentificadas.
Ponsot coge un avión y desembarca en la subasta. “Había empezado diez minutos antes y ya, me dijeron, una botella salió por 30 o 40.000 dólares. Pero cuando Kapon me reconoció –el mundo del vino es pequeño– anunció que mis vinos habían sido retirados de la puja”.
Detrás de aquello estaba Rudy Kurniawan, según él, de una rica familia china de Jakarta, con reputación de generoso –sus cenas, con botellas de fábula, eran célebres en Nueva York y su bodega decían que valía más de 25 millones de dólares– y buen paladar.
A Ponsot le cayó gordo, pero no dijo nada. De regreso en Borgoña se dio cuenta de que no tendría ningún apoyo local: la denuncia podía perjudicar a la región. Se puso en contacto con el FBI. No era fácil: a sus 37 años, Kurniawan había vendido falsas botellas por unos veinte millones de dólares. Coleccionista de relojes caros y de obras de arte, bon vivant, había gastado millones en cenas en las que reunía desde expertos como Parker a políticos. Y tenía la prudencia de descorchar grandes botellas auténticas cuando era necesario.
Los expertos aseguran que una de cada cinco botellas de marca es falsa. Y los psicólogos saben que el engañado, que ya perdió el dinero, teme perder también su prestigio de paladar afilado.
La voluntad de Ponsot (“mi pasión de elaborar vinos auténticos no podía soportar al envejecedor de etiquetas”), la tenacidad de los investigadores –registraron la cocina/laboratorio de Kurniawan– y la paciencia –seis años para reunir las pruebas– acabaron en condena ejemplar: diez años de cárcel para Kurniawan y obligación de reembolsar 21 millones de dólares.
Y falta lo mejor, Ponsot termina un libro en el que daría el nombre del cómplice, francés, que instruyó al falsificador, que jamás pisó Borgoña, en los secretos del viñedo más complejo de Francia. Y habría detras, también, un capitalista que anticipó el dinero para la gran vida del asiático. Y al cabo, promete Ponsot, una película.