Novedades San Sebastián
Tendencias y tentaciones
Autor: Pepe Barrena
Fecha Publicación Revista: 01 de septiembre de 2012
Fecha Publicación Web: 01 de septiembre de 2012
Revista nº 437

Por si alguien desconoce el dato, San Sebastián es la ciudad del mundo, incluyendo su entorno, que cuenta con más estrellas Michelin en proporción al número de habitantes. Este hecho, que delata la pasión de sus ciudadanos por la gastronomía y que es solo el eslabón de una cadena de atractivos incomparable, ha conformado a lo largo del tiempo una escala de catar su colosal y de sobra conocida oferta culinaria, desde los pintxos en barras rebosantes y animadísimas para los que quieran comer informalmente, hasta las mesas de copetín con los genios de la vanguardia o los asadores y restaurantes tradicionales que propagan esa cocina vasca tan apreciada.
En el siguiente recorrido nos salimos del itinerario habitual para que el viajero sibarita y gourmet, sea cual sea su pelaje, conozca otras direcciones imprescindibles que ahora mismo están reforzando la gloria de Donostia, su nombre en vascuence, una capital donde el arte, la cultura y las cosas del comer tienen una presencia continua y excitante.
Comer con vistas
Es fácil la decisión, ya que la propia urbe es un escenario deslumbrante gracias a esa orografía y trazado que la encuadra en una de las bahías más hermosas del mundo.
Junto al Peine del Viento –obra de Eduardo Chillida– en la punta extrema de la playa de Ondarreta y que en días de mar gruesa intenta frenar la furia del oleaje, se encuentra el Branka, quintaesencia de lo que debe ser el manejo de la mejor materia y uno de esos sitios que, de boca a oreja, se está convirtiendo en referencia de la ciudad. Su chef, Pablo Loureiro, es un joven apasionado de las gollerías oceánicas, como buen entendido que es dada su faceta de pescador en sus ratos de ocio.
Otro e inesperado punto de vista de la Bella Easo se obtiene desde El Mirador de Ulía, restaurante familiar con solera y con una terraza acristalada embaucadora en el que oficia el pujante Rubén Trincado. Y de vuelta a la contemplación de La Concha hay que subir por encima del Aquarium para instalarse en la meditación paisajística desde el Bokado, perfecta simbiosis entre el picoteo moderno, del que los Santamaría son expertos, y la cocina de empaque.
Cierro estas panorámicas con el Ni Neu del Palacio Kursaal. El grupo de Andoni Aduriz está detrás, con una política de precios apta para todos los bolsillos y la sensación de estar abrazando el Cantábrico mientras se saborea parte de la esencia culinaria del Mugaritz.
¿Gastrobares?
La interrogación tiene su justificación dado que puede resultar una insolencia por este territorio llamar así, con palabro tan feo pero por desgracia asumido, a locales que desde décadas están cuidando la alta cocina en miniatura (otra denominación controvertida) con especial cuidado y miramiento a las tendencias. A este cronista le gusta catar cada cosa en su lugar, así que ahí va una selección de picoteos de lujo: cualquier locura diaria de La Cuchara de San Telmo (lacucharadesantelmo.com), el Zeruko (barzeruko.com) o el A Fuego Negro (afuegonegro.com), todos en la Parte Vieja y adalides de poner el ingenio y la chispa sobre la vajilla. En el barrio de Gros tengo debilidad por las suculencias que el gran Juan Mari Humada ofrece en el Hidalgo 56 (hidalgo56.com), siempre en un tono más clásico. Y no puedo olvidar el sitio efervescente entre la jet donostiarra, La Bernardina (vinotecabernardina.com), de nuevo en la antes mencionada área de Ondarreta, espacio pequeño, coqueto, animadísimo y atiborrado de género y vinos de primera división.
Nuevas experiencias
Son los últimos restaurantes de autor que se han enganchado a las grandes locomotoras (Arzak, Akelare, Berasategui, Miramón Arbelaitz…) para confirmar el poderío y la camada inagotable de chefs donostiarras. En el Xarma, la pareja formada por Aizpea Oihaneder y Xavier Díez manejan con tino su escueta decena de mesas y ofrecen una cocina sutil, moderna y sabrosa. Están frente a las universidades, en una zona donde también ejerce con maestría una gran cocina armoniosa y nada epatante Gorka Arzelus en su Agorregi, lugar con especial encanto alejado del mundanal ruido.
Otro joven con manos de seda es Daniel López, del Kokotxa, quien oferta un oasis de imaginación y sentido común en medio de la vorágine de pintxos de las bulliciosas calles del casco antiguo. Y en la incomparable postal de La Concha está el Narru de Íñigo Peña, en los bajos del Hotel Niza, con una carta que posee el atractivo de un “déjà vu” con personalidad propia.
Y una copa de cine
En el bar del María Cristina, hotel legendario recientemente remozado a conciencia por el que ha pasado la flor y nata de la sociedad internacional y del séptimo arte. Lo idóneo es a media tarde, relajándose en sus butacas y pisando moqueta de la buena. Donostia bien se merece un brindis por lo que nos ha legado.