Viaje Tailandia
Fresca y picante
Autor: Enrique Domínguez Uceta
Fecha Publicación Revista: 01 de abril de 2019
Fecha Publicación Web: 01 de abril de 2019

La Tailandia actual es la antigua Siam, y todavía conserva la capacidad de fascinar del enigmático reino del sudeste asiático. El territorio de los tais se asoma a dos mares, al de Andamán y al del Golfo de Tailandia, con maravillosas costas y fondos marinos asombrosos. También guarda llanuras agrícolas en su interior, y selvas formidables en el norte y en el sur del país.
Algunas de sus playas son refugios de idílica calma, y otras muestran la animada versión oriental de los destinos mediterráneos. En las ciudades, enjambres de motos se abren paso en sus calles, mientras en la selva es posible pasear en elefante y perderse en paisajes del Asia milenaria detenidos en el tiempo.
Marcada por los contrastes, Tailandia es una explosión de colores de terca vitalidad, con una cocina de poderosa personalidad, que está siempre presente, y sale al encuentro en las calles y en los mercados.
Fascinante Bangkok
Al país se entra por la capital, Bangkok, donde cerca de seis millones de personas viven a orillas del caudaloso río Chao Phraya. La densidad del tráfico rodado solo es comparable con la de sus maravillas arquitectónicas, en especial el Palacio Real, y un conjunto de más de 400 templos en el que destacan el del Buda Esmeralda, el Wat Arun o de la Aurora, y el Wat Po del Buda Yacente.
En lancha y en tuk-tuk, el ruidoso triciclo motorizado, se llega a todas partes, incluso a los mercados flotantes, al de Damnoen Saduak, con vendedoras y cocineras trabajando en sus barcas, y al de fin de semana en Amphawa, con su excursión nocturna en lancha para ver las luciérnagas en sus orillas.
El imperio del arroz
La gastronomía tailandesa tiene su representación en la capital; el juego de sabores agrios, dulces, salados y picantes lo aplican a verduras, frutas, pescados, mariscos y carnes de ave, sazonadas con hierbas y especias. Son platos ligeros, perfumados con limón y menta, aderezados con salsa de pescado, leche de coco, cúrcuma, cilantro, ajo, y bajo la influencia de los picantes chiles.
El arroz también está siempre presente, al igual que la ensalada de pepino acompaña los pescados macerados y rebozados y las brochetas de carne. Los curris llenan de sabores intensos el resto de ingredientes del menú tailandés; la leche de coco se emplea para cocinar pescados y en la refrescante sopa de pollo Thom Kha Gai. En la calle hay puestos de noodles: con pollo, huevo y cacahuetes, con salsa de soja, con verduras...
Si se busca la excelencia, en Bangkok hay que conocer la creatividad del indio Gaggan, la inspiración tailandesa de Nahm, el trabajo del chef en Le Du o de las cocineras en Paste o en Bo. El acento autóctono brilla en Saneh Jaan y Sra Bua, sin olvidar otras escuelas como las europeas de Sühring, de Mezzaluna y Le Normandie. Entre los locales populares merece probarse el curry de cangrejo de Somboon Seafood, la comida de Isán en Supanniga, o la elegante tradición de Than Ying. Como curiosidad, destacar la estrella Michelin otorgada al puesto de comida callejera Jay Fai.
Entre Laos y Camboya
En el norte, en torno a Chiang Mai y Chiang Rai, se alzan las montañas cubiertas de selva donde perviven antiguas culturas tribales. En el centro el llamado “cuenco de arroz” , donde la fertilidad de los arrozales permitió el desarrollo de las capitales antiguas que han dejado un espléndido patrimonio. En el noreste el territorio es más rural y tradicional, con antiguos templos de la civilización jemer.
Al sur se prolonga el estrecho istmo de Kra, formado por una alta cordillera que enlaza con Malasia, ofreciendo paisajes naturales que conservan los bosques más antiguos del planeta. En ambas orillas se extienden algunas de las mejores playas del mundo. Un territorio tan hermoso merece un gran viaje para recorrerlo a fondo. Es imprescindible visitar Ayuttahaya, capital de Siam desde 1350 al s. XVIII, que conserva el formidable conjunto del templo y palacio de Wat Phra Si Sanphet, y, siguiendo hacia el norte, en las llanuras centrales, descubrir la anterior capital, Sukhothai, fundada en 1238, con un gigantesco recinto histórico y monumental, ideal para ser recorrido en bicicleta de alquiler.
El triángulo del oro
Chiang Mai, la gran ciudad del norte está repleta de templos budistas y con una gran tradición comercial; en su animado mercado nocturno se pueden comprar artesanía y sedas. Aún más al norte se llega a la ciudad de Chiang Rai, con el espectacular edificio religioso moderno de Wat Rong Khun; y adentrándose en las montañas, conocer el poblado de las mujeres-jirafa. Hay que acercarse también al Triángulo de Oro, histórico territorio, en la confluencia de Tailandia con Myanmar y Laos, que estuvo dedicado a la producción de opio, y dedicar un par de días a navegar en el río Mekong, dormir en sus orillas y realizar un excitante trekking por la selva.
La increíble riqueza natural de Tailandia se expresa en el parque nacional de Khao Yai, al noreste de Bangkok, en el que se encuentran tigres, como en los parques de Kaeng Krachan y Phu Hin Rong Kla, y también osos, la rara pantera nebulosa, murciélagos, ciervos, elefantes, pangolines, gibones y gran diversidad de aves. Los bosques tropicales se mezclan con los de hoja caduca, y cobijan 70 tipos diferentes de bambú y 1300 especies de orquídeas. Si se visita el famoso puente sobre el río Kwai hay que acceder al Parque Nacional Erawan, para pasear por sus bosques de bambú de hojas amarillas en otoño y bañarse al pie de sus cascadas. A los ficus y las higueras estranguladoras que crecen sobre los monumentos se unen frutales silvestres que producen el erizado rangután de suave pulpa, el longán que recuerda al lichi, el durián y el rojo mangostán, que podemos encontrar en los mercados. Entre el centenar de parques nacionales, que ocupan más del quince por ciento del territorio, destacan los de Khao Sam Roi Yot, Doi Inthanon, y los formidables Parques Nacionales Marinos de Ang Thong, cerca de Ko Samui, y de Ao Phang Nga cerca de Phuket.
De isla en isla
Las costas forman uno de los paisajes más bellos del mundo. En sus 2.500 km de litoral hay playas de arena blanca, bahías de aguas turquesa, acantilados, grutas e islas idílicas. En el Mar de Andamán es posible bañarse con ballenas, delfines y dugongos. Las islas Phi Phi guardan el escenario de La Playa, que protagonizó Leonardo di Caprio, no muy lejos de la isla Tapu, que se hizo famosa en la película El hombre de la pistola de oro de la serie James Bond.
Entre los paisajes a los que sólo se puede llegar en lanchas destaca Railay, un lugar perfecto para bañarse al pie de los pináculos rocosos. Al otro lado del istmo de Kra se extiende el Golfo de Tailandia, con sus playas orilladas de cocoteros y los arrecifes de coral repletos de peces de colores. Sus islas son verdaderos paraísos. La bella y animada Ko Samui, desde donde es posible navegar hasta el Parque Nacional Marino de Ang Thong. La isla Ko Pha Ngan, famosa por sus fiestas con música techno durante las noches de luna llena. Y Ko Tao, meca de buceadores, con aguas cristalinas en las que se puede nadar junto al enorme tiburón ballena y al diminuto caballito de mar.
En las remotas montañas o en las solitarias islas, en el bullicio de los mercados y en la calma de los templos, siempre se percibe la profunda hospitalidad de los tailandeses, su pasión por la vida y la diversión, y su capacidad de conciliar las creencias del pasado y la modernidad. Dulces, tolerantes, simpáticos, aficionados a los masajes, pero también a las peleas de gallos y a los combates de boxeo, los tailandeses han sabido conciliar el modo de vida de una quincena de etnias y de diferentes religiones, aunque cuente con mayoría de practicantes del budismo. Sus fiestas y festivales multiplican la exuberancia y la riqueza de formas, colores y significados de un país que brilla con luz propia en la seductora Indochina.