Vinos de Chile

Chile

Autor: Helio San Miguel
Autor Imágenes: Borja Hernández
Fecha Publicación Revista: 04 de mayo de 2016
Fecha Publicación Web: 04 de mayo de 2016

Los vinos chilenos ya tenían una cierta reputación de calidad –y a un precio muy barato– allá en el siglo XVIII. Tras la emancipación política (1810), a los vinos todavía se les calentaba y endulzaba, probablemente por ser prácticas heredadas de la metrópoli, donde estas técnicas se utilizaban para que el vino no se deteriorara en los largos viajes transoceánicos. Sin embargo, en 1830 el científico francés Claude Gay convenció al gobierno chileno para que estableciera un vivero experimental de vides viníferas en los que se llamó la Quinta Normal, poniendo así los cimientos de la industria moderna en Chile.

El siguiente gran paso en el desarrollo de la actividad vinícola de ese país tuvo lugar en la segunda mitad del XIX, cuando varios de sus ricos industriales, en su mayoría de origen vasco como así reflejan aún hoy algunos de los nombres de las bodegas, entraron en contacto en el curso de sus viajes con los vinos elaborados en Francia, sobre todo los de Burdeos, y con cepas muy diferentes de las que había en Chile. Ellos introdujeron esas variedades bordelesas en el país y se lanzaron a la creación de una industria vinícola local, fundando bodegas, la mayoría en las regiones que rodean Santiago, la capital, tan cerca de ella en algunos casos que, como ocurre con Cousiño Macul, están hoy prácticamente en la ciudad.

Cuestión de status

Tener una bodega se convirtió en un símbolo de estatus entre la aristocracia chilena, pero pronto y de forma inesperada resultó ser una boyante inversión. Cuando en la segunda mitad del XIX las viñas europeas fueron destrozadas por la filoxera, Chile, que nunca fue atacado por la dificultad de ese insecto para alcanzar sus remotas viñas, rodeadas por barreras naturales difícilmente franqueables como son el desierto de Atacama en el norte, glaciares en el sur, los Andes al este y el océano Pacífico en el oeste, se convirtió en prácticamente la única industria vinícola mundial y Errázuriz, una de las principales bodegas, llegó a ser la propiedad más grande del mundo.

Pero el éxito trajo consigo un gran incremento de los impuestos, lo que unido a la recuperación de los países productores europeos, llevó a una profunda crisis en el siglo XX. La crisis fue tan severa que en 1938 el gobierno prohibió la plantación de nuevas viñas, algo que no se autorizó de nuevo hasta 1974. El lento despertar de esa crisis por parte de la industria chilena no tuvo lugar hasta la segunda mitad de los setenta del pasado siglo con la llegada de Torres, la bodega del Penedés, que se estableció en la región de Curicó.

Torres introdujo mejoras como los tanques de acero inoxidable en 1978 y su presencia sirvió de pistoletazo de salida para la ola de inversiones extranjeras que siguieron. Con el fin de la dictadura de Pinochet este despertar se convirtió poco a poco en un auténtico boom que ha hecho del vino chileno uno de los más grandes éxitos de la moderna viticultura internacional.Hoy infinidad de bodegas desde Mouton y Lafite de Burdeos hasta Mondavi o Gallo en California tienen su propia bodega en Chile o colaboran con alguna bodega local.

Chile cuenta con una larga tradición vinícola y con grandes bodegas, llamadas allí “viñas”, propiedad de antiguas familias adineradas, que poseen grandes fincas que plantaron con las más famosas variedades internacionales antes que, por ejemplo, los californianos.

Está muy aislado geográficamente y más aún sus regiones vinícolas que se encuentran en su mayor parte en el centro del país rodeadas, de barreras naturales lo que explica que Chile nunca haya sufrido plagas tan devastadoras como la filoxera, lo que hace que las viñas chilenas no tengan que plantarse con portainjertos y elimina a la vez la necesidad de varios tratamientos sanitarios que son normales en el resto de las viñas del mundo.

Como país productor es relativamente pequeño -ocupa el puesto décimo en el mundo y el tercero en el continente americanocontando con alrededor de unas sesenta mil hectáreas, más o menos la superficie de La Rioja, aunque tiene, sobre todo en las regiones más cálidas del norte como Atacama y Coquimbo, una significativa cantidad de viñas dedicadas a la producción de uvas de mesa que también se utilizan en la elaboración del pisco. Sin embargo, Chile es el quinto exportador mundial, y el cuarto en Estados Unidos, donde su éxito despertó el interés internacional al ser éste un mercado muy codiciado.

Zonas de producción

El vino chileno se produce casi todo en las regiones que se encuentran a lo largo del llamado Valle Central, la estrecha franja de más de mil kilómetros de largo que se encuentra entre Valparaíso al norte y Maule al sur. Más al sur aún está la región del río Bío–Bío, que aunque poco conocida contiene más de la mitad de los viñedos de Chile, plantadas de forma dominante por la variedad país, (que aún hoy ocupa cerca de 30.000 ha en total a lo largo de todo el país), y la moscatel, con menos de cuatro mil, que se usan también para la elaboración del pisco.

En estas regiones sureñas se encuentran algunas plantaciones y bodegas que están experimentando con climas y variedades más inusuales, pero en general la mayoría de las uvas que se producen se utilizan aún sobre todo para la elaboración de vinos baratos vendidos en envases de cartón.

Aunque están todavía en un incipiente proceso de desarrollo, la enorme cantidad de viñedos de la variedad país da una idea del potencial de crecimiento de la viticultura chilena cuando progresivamente vaya siendo sustituida por variedades de mayor calidad y personalidad que se adapten a esos climas y suelos.

El cuidado de la variedad autóctona

Chile no cuenta con variedades propias, aunque en los últimos años el redescubrimiento de la verdadera identidad de la carménère, que tuvo lugar en 1994 –anteriormente era confundida en muchos casos con un clon de la merlot–, ha llevado a dedicarle especial atención.

La carménère, de la misma familia que la cabernet sauvignon, se encuentra casi extinguida en Burdeos, de donde es originaria, pero se la considera una de las seis variedades históricas de esa región, donde era conocida como grande vidure. Hoy casi ha desaparecido de Francia, pero hay algunas pequeñas plantaciones en Italia y Estados Unidos. Sin embargo, la mayor cantidad se encuentra en Chile, que cuenta con más de cuatro mil hectáreas.

Aunque a la cerménère se le consideraba generalmente una uva para ensamblar, sobre todo con la cabernet sauvignon, los bodegueros chilenos quieren aprovechar la oportunidad que les brinda para convertirla en una seña de identidad vinícola nacional de la misma manera que los californianos han hecho con la zinfandel y los argentinos con la malbec, variedades que aunque son también de origen europeo, dan lugar a vinos únicos y personales que no imitan los modelos que se producen en las regiones del Viejo Continente del que esas cepas proceden.

El obstáculo puede ser que la carménère es una variedad de cuerpo medio que produce vinos para consumir a corto y medio plazo, pero no hay que descartar que se consigan con ella metas más altas, como ha pasado en los últimos años con variedades de potencial insospechado, en nuestro propio país sin ir más lejos. Mientras esto ocurre, los actuales vinos de carménère tienen un bonito color granate profundo, son agradables, con taninos suaves, y aromas de cerezas, especias y chocolate.

Máximo control a las cepas extranjeras

Junto a las cepas ya mencionadas, la variedad más plantada en Chile es la cabernet sauvignon seguida de la merlot. Entre la blancas destacan también la sauvignon blanc, confundida también en el pasado con la sauvignon vert, y la semillon, originarias ambas de Burdeos, y en menor grado la chardonnay, que al proceder de Borgoña ha tenido una introducción más lenta y más reciente pues no formaba parte de las variedades traídas en el siglo XIX. Otras cepas internacionales de creciente importancia son la syrah o la pinot noir, que poco a poco van ganando terreno, a costa de la país y de alguna otra variedad española que aún queda de épocas pasadas. La tónica general es la replantación con las variedades internacionales líderes y la potenciación de la mencionada carménère, así como la experimentación con otras menos conocidas. El gobierno chileno impone cuarentena obligatoria a las cepas traídas del extranjero, para evitar la filoxera u otras enfermedades, y mantiene regulaciones bastante estrictas sobre su importación, para evitar algún error, pues con la cantidad de influjo de capital y de bodegas extranjeras, no sería de extrañar que ocurriera, especialmente porque muchas de ellas prefieren traer sus propios clones para sus viñedos.

Viñedos de altura

Chile es un país que tiene excepcionales condiciones naturales para producir vino de calidad con una gran regularidad en las añadas cuya uniformidad solo es rota de manera significativa cuando el país se ve afectado de forma importante por el fenómeno climático de El Niño.

La nieve de los Andes proporciona la necesaria irrigación, dispone de un alto número de horas de sol, escasas lluvias, sobre todo en los períodos cercanos a la vendimia, y un clima en general moderado en el centro del país, el Valle Central, en el que se encuentran la gran mayoría de las bodegas y las mejores regiones, algo menos cálido que las zonas mediterráneas españolas y con multitud de valles en el curso de los ríos con microclimas aún por definir. En ellos, las viñas chilenas se encuentran generalmente a una altura entre los seiscientos y los mil metros y más de cien bodegas elaboran sus vinos con ellas, cuando hace quince años su número no llegaba a veinte.

Buenos y baratos

Estos vinos tienen un claro enfoque varietal; son casi todos de mesa, pues la producción de vinos dulces, generosos y espumosos es muy pequeña. En el lado más bajo del espectro vinícola, (menos 10 €) están los de excelente relación calidad–precio, sobre todo los tintos. Su éxito ha cimentado la industria chilena. Son agradables vinos monovarietales, con gran carga frutal, listos para consumirse en el momento, con taninos medios y suaves en el caso de los tintos.

No tienen una gran personalidad, pero están bien elaborados y son mucho más baratos que otros similares producidos en otros países, lo que explica su éxito inicial en Estados Unidos donde proporcionan similar experiencia que los californianos, por la mitad de precio. Por encima de ellos la mayor parte de las bodegas cuentan con alguna marca o cuvée un poco más cuidada, y con un precio por debajo de los veinte euros. Los llamados Cuvée Aleixandre de Casa Lapostolle son un buen ejemplo de este segmento.

Los más prestigiosos

En el otro extremo están los vinos más caros y exclusivos, algunos surgidos en la última década, en muchos casos como resultado de colaboraciones con bodegas extranjeras. Son tintos más ambiciosos, varietales o cuvés especiales. Los de corte más tradicional eran hasta hace poco los vinos estrella y cada bodega contaba con al menos uno, en algunos casos con indicaciones como “reserva” o “gran reserva” en la etiqueta. Sin embargo en los últimos años se han visto desplazados por una nueva clase de vinos de prestigio que surgieron tras la colaboración entre Errázuriz y Mondavi, que dio lugar a Seña, un tinto elaborado con cabernet sauvignon, merlot y carménère, que vio la luz con la añada del 1995. A Seña le siguieron otros como Almaviva, entre Concha y Toro y Mouton, o Clos Apalta, elaborado por Casa Lapostolle con asistencia de Michel Rolland.

Son vinos caros que cuentan con frecuencia con famosos enólogos, tanto chilenos como extranjeros, con cuidadas etiquetas de diseño y con un elevado precio, que a veces supera los cien euros. Están generalmente elaborados con cabernet o ensamblajes de esta uva con la merlot y otras variedades, siguiendo las pautas del estilo internacional dominante hoy. En algunos casos proceden de una sola viña, pero en general son cuvés en las que el roble nuevo es un elemento destacado, siendo tánicos, poderosos y con una gran extracción.

Aunque hogaño son aún muy recientes para poder emitir un juicio sobre su capacidad de envejecimiento y adquisición de complejidad aromática, en muchos casos han obtenido puntuaciones por parte de revistas líderes impensables hasta hace muy poco para el vino chileno, y sus precios rondan o superan las tres cifras, lo que ha convertido a los antiguos vinos estrella más tradicionales en casi unas gangas comparados con ellos.

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