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Vinos del mundo

Argentina

Autor: Helio San Miguel
Fecha Publicación Revista: 01 de marzo de 2016
Fecha Publicación Web: 05 de mayo de 2016
Revista nº 479

Aunque en América, sobre todo en la del Norte y la Central hay una gran diversidad de vides salvajes, el continente no poseía ninguna de la especie vitis vinifera a la que pertenecen las variedades que se usan para hacer vino de calidad, ni existe evidencia de prácticas enológicas por parte de los pueblos precolombinos.

Sería siglos más tarde cuando se elaboraría vino en América del Norte con variedades híbridas como la concord o la lambrusca. La introducción de viñas destinadas a la elaboración de vino se debió a los conquistadores y exploradores españoles.

De España hacia el Nuevo Mundo

La vitis vinífera llegó primero a México –en 1522 están registradas peticiones de vides por Hernán Cortés– y dos años después la plantación de viñas era una condición para la entrega de terrenos a colonos. Pizarro las introdujo en Perú, -con cepas que provenían de Canarias-, y de inmediato se convirtió en el principal productor de la zona debido en parte a la labor de los jesuitas, pero sobre todo a la dificultad de hacer llegar vino a las costas del Pacífico.

De cualquier manera, según avanzaba la conquista, los viñedos se extendieron rápidamente por todo el continente.

El padre Alonso Ovalle, sacerdote e historiador jesuita, menciona las distintas variedades que se cultivaban: moscatel, torrontés, albillo, mollar y la criolla, variedad tinta extinguida en España.

Chile y Argentina todavía hoy cuentan con grandes cantidades de esta variedad, base de la viticultura durante el periodo colonial y la más importante desde el punto de vista histórico. 

Vino, la bebida más saludable

Las vides llegaron a Argentina a través de distintas rutas. La primera, alrededor de 1540 sería por mar, directamente desde España y las plantaciones tuvieron lugar en las cercanías del Río de la Plata.

También desde Perú e incluso desde Chile y pronto se hizo evidente que las regiones cercanas a los Andes presentaban las mejores condiciones para el cultivo de la vid. El resultado es que áreas como Mendoza, que se convertiría en la principal zona argentina, contaban ya con viñas en el siglo XVI y en la segunda mitad de ese siglo ya se cultivaban viñas y producía vino de forma comercial.

Las razones de la extensión de la viticultura por el continente americano tuvieron que ver tanto con el cristianismo –el vino es necesario para su liturgia– como por el simple hecho de que se necesitaba para beber, ya que ni se contaba con diversidad de bebidas, ni el agua era una apuesta muy segura, ni el transporte desde España hasta las costas del Pacífico era lo suficientemente rápido. La viticultura se extendió y desarrolló una nueva clase de terratenientes locales, hasta el punto que la corona tuvo que limitar la extensión de las viñas y la producción de vino por representar una seria competencia a las exportaciones de la metrópoli, pues las colonias significaban un mercado cautivo para los productos españoles.

Efectos colaterales

Tras la independencia entraron en el país distintas olas de inmigrantes –italianos y de otros estados europeos–, que trajeron consigo cepas propias dotándolo de un rico patrimonio varietal. A finales del s. XIX Mendoza se conectó mediante ferrocarril con Buenos Aires, lo que agilizó la comercialización del vino. Ya en el s. XX, y pese a sufrir diferentes crisis, Argentina se convirtió en un gran productor y también en un gran consumidor.

Argentina es un estado bastante cerrado a los mercados exteriores y a los vinos extranjeros -que además sufren grandes cargas impositivas-, con una industria anticuada y un gran consumo per cápita, lo que dificulta y demora los procesos de cambio. Sin embargo, a partir de los ochenta, debido al éxito de Chile y a la necesidad de obtener moneda extranjera, la situación empezó a cambiar y las bodegas argentinas comenzaron a mirar al exterior.

El plan estratégico 2020

El país cuenta con unas dos mil bodegas, algunas enormes como Santa Ana y Peñaflor -entre las más grandes del mundo-, pero menos de un centenar que producen vino de calidad internacional. No obstante dispone  del Plan Estratégico 2020, un ambicioso estudio de la situación y de los proyectos e iniciativas vinícolas necesarias para su crecimiento a medio plazo. Hasta hace pocos años no contaban con inversiones exteriores, pero últimamente se han multiplicado las colaboraciones con bodegas extranjeras y es notable la presencia de consultores foráneos.

Famosos enólogos -Marqués de Griñón, Michel Rolland, Paul Hobbes (California) o Roberto Cipresso (Italia)-, elaboran o asesoran hoy vinos argentinos. Cabe mencionar una bodega histórica, Cavas de Weinert, que mantuvo alto el estandarte de la calidad y cuyo Weinert Estrella Malbec 1997 es un auténtico vino de culto. 

Los originales vinos argentinos

La calidad media de sus vinos ha aumentado de forma extraordinaria –el país está viviendo una auténtica revolución vitivinícola–, y gracias a las oleadas de inmigrantes dispone de un rico patrimonio de variedades que espera ser explotado en todo su potencial.

Además, algunas de esas variedades se han perdido en la actualidad en sus países de origen con lo que los vinos argentinos disponen de un plus de originalidad que no tienen los varietales de cabernet, merlot, pinot noir, syrah, chardonnay, sauvignon blanc, etc., que se producen en todo el continente desde Canadá hasta Chile.

El país produce tanto blancos como rosados y tintos, así como espumosos, generosos y de postre. Sin embargo, con sus tintos de malbec y en menor medida con torrontés o bonarda, con los que el vino argentino ha entrado con fuerza en escena en los últimos años concitando el interés internacional, pues estos vinos ofrecen originalidad, un futuro prometedor y una buena relación calidad–precio.

Todas las variedades

Entre las innumerables variedades plantadas la llamada criolla, junto con otra conocida como cereza, ocupan aún la mitad del viñedo argentino, pero la reina de la viticultura es la malbec, y pese a haber sido arrancada debido a la moda de beber vinos blancos, cuenta con unas 12.000 ha. que producen la mayoría de los tintos de calidad, desde varietales con buena relación calidad-precio, hasta vinos de gran ambición y alto precio. Entre las variedades blancas (30% del viñedo) cabe mencionar la ugni blanc, la chenin blanc y la pedro ximénez, aunque en la torrontés se fundan gran parte de las aspiraciones argentinas para los grandes blancos.

A estas se unen las internacionales más recientes chardonnay, sauvignon blanc y riesling. Entre las uvas tintas, la bonarda, variedad prometedora y prácticamente extinguida en Italia, su país de origen, como la barbera y la sangiovese; además, tiene una proporción significativa de tempranillo con la que hace vinos de maceración carbónica. La cabernet sauvignon (con más de 2.500 ha.), y en menor medida la pinot noir y la syrah están aumentando su presencia de forma lenta pero constante.

Vinos con carácter

Los vinos de malbec tienen una marcada personalidad frutal con un toque de ciruelas, pero también buen color y una considerable estructura tánica que les aporta capacidad de envejecimiento. Cabe destacar que el estilo de los malbec argentinos, tanto si son baratos como si sobrepasan los cien euros, no es una imitación de los que se hacen en Cahors; más aún, algunos bodegueros de esa región francesa están adoptando un perfil más internacional con taninos más suaves y mayor extracción frutal, que de alguna manera se asemeja al estilo argentino. La malbec es también un componente importante en lo que los argentinos llaman “vinos de corte”, término que se usa para referirse a los que resultan de un ensamblaje de distintas variedades.

Zonas vinícolas

La principal -desde un punto de vista cuantitativo y cualitativo-, es Mendoza, con 150.000 ha que representan más del 60% del viñedo argentino y cerca del 90% de las exportaciones (1/3 de los vinos son tintos). Dado el tamaño y la diferencia de suelos, Mendoza cuenta con subergiones: Valle de Uco, San Rafael, Maipú y sobre todo Luján de Cuyo, de la que proceden muchos de los mejores vinos del país y la primera en obtener rango oficial de denominación de origen. 

Otras regiones vinícolas,  yendo de Mendoza hacía el norte, San Juan, Córdoba (al noreste), La Rioja, Catamarca, Salta y los valles Calchaquíes, -donde se elaboran imitaciones de jereces, interesantes blancos de torrontés, y buenos cabernets-, y Jujuy, la más norteña y que cuenta con algunas de las viñas a más altura del mundo.

Al sur de Mendoza se encuentran La Pampa, Neuquén y sobre todo Río Negro en la Patagonia, que representa la nueva frontera del vino argentino, pero que ya empieza a mostrar su potencial con vinos tan extraordinarios como el Noemia.

Los tintos de lujo

Actualmente hay una generación de bodegueros que con sus nuevos y prometedores vinos han llamado la atención de los principales críticos del mundo otorgándoles puntuaciones hasta hace poco inconcebibles. Los puntos débiles de estos vinos estrella son su elevado precio y la carencia de historia para juzgar su potencial.

Estos “tintos de lujo” están elaborados sobre todo con malbec, en su mayoría en un estilo internacional con potentes taninos, mucho cuerpo y roble nuevo, que en algunos casos se ha traducido en excesos enológicos que han llevado a extracciones inusualmente altas, como en el caso del Yocochuya, unos de los vinos más famosos, elaborado por Michel Rolland, que resulta difícilmente bebible. Muchos de estos tintos proceden de las regiones mendocinas pero también de Salta e incluso de la propia Patagonia.

Argentina dispone hoy en día de todo lo necesario para convertirse en un país líder y cuenta con una gran diversidad de cepas y suelos que dota a sus vinos de una personalidad y distinción, sobre todo en un mercado vinícola internacional cada vez más globalizado y al que frecuentemente se le acusa de tener una creciente uniformidad de estilos y variedades. Si Argentina se adentra por la senda propicia tanto en cuestiones vinícolas como políticas, en pocos años verá grandemente aumentada su importancia, calidad y presencia en los mercados internacionales.

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