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Viaje Normandía

Irás y volverás

Autor: Nuria Muñoz
Autor Imágenes: Carlos R. Zapata
Fecha Publicación Revista: 01 de marzo de 2023
Fecha Publicación Web: 01 de marzo de 2023

Normandía, la región situada al noroeste de Francia, contiene todos los ingredientes para un viaje perfecto, donde la cultura, la historia y la tradición gastronómica, marcan los pasos a seguir. La primera parada obligada es Giverny, a una hora larga en coche desde París, localidad de 500 habitantes pero que recibe miles de turistas pues fue donde el pintor impresionista Claude Monet pasó la mayor parte de su vida y realizó algunas de sus obras más conocidas. Visitar la casa de Monet y sus jardines –abiertos de abril a noviembre– invita a perderse por sus floridos parterres de ensueño y recrearse en el famoso estanque de los nenúfares. Siguiendo la senda del arte y aún embriagados por las musas de la naturaleza el lugar ideal para reponer fuerzas es el cercano Restaurante Baudy. Este antiguo hotel acogió en el pasado a numerosos artistas, algunos provenientes del otro lado del Atlántico, quienes hicieron que se conociera en la época como el Hotel de los Pintores americanos. Hoy en día funciona únicamente como restaurante y ofrece especialidades de la zona como la terrina de foie gras artesana al Armagnac, o el muslo de pato confitado con salsa de miel y gratinado de tomates y patatas. Para rematar el día del arte, es imprescindible visitar el museo del impresionismo que este año acoge además la exposición Les Enfants de l’impressionnisme, dedicada a la infancia de finales del siglo XIX a través de las obras de Renoir, Monet y Pissarro entre otros. (Desde el 31 de marzo al 2 de julio).

Pato, queso, ostras

Antes hemos nombrado dos de las especialidades de este destino foodie por excelencia: el foie gras y el pato a la ruanesa, para cuya salsa se utiliza la sangre del animal. Esta receta es tan importante en la región que incluso en 1986 se fundó la Orden de los Canar-diers que vela por la transmisión de esta tradición culinaria. Pero no sólo el pato es aquí protagonista, la zona es conocida también por sus quesos, sobre todo el camembert, las manzanas, las vieiras –que ostentan el sello de calidad francés ‘label rouge’ desde 2002–, los mejillones o las ostras de Saint-Vaast-la-Hougue, de Veule... En cuanto a las carnes, es célebre el cordero presalado, que se cría en la Bahía del Monte Saint-Michel, la ‘andouille de Vire’ (salchicha típica), las tripas al estilo de Caen, la morcilla de Mortagne. En los postres destacan la ‘teurgoule’ (arroz con leche) y el caramelo de Isigny. Y como estamos en zona de manzanas, se puede acompañar la degustación de estos platos con una copa de sidra, o, si se prefiere, con algo más fuerte: el calvados o el licor Benedictine; tan normandos, tan franceses…

Historia con encanto

Nuestra siguiente parada nos lleva inevitablemente a Rouen, la capital de Normandía y el circundante Valle del Sena que cuentan con un impresionante patrimonio. El Gran Reloj y la Catedral de Notre-Dame son los dos monumentos más famosos; Monet hizo de este imponente edificio religioso el protagonista de 14 de sus lienzos. Pero hay que dar una vuelta también por la Place du Vieux-Marché con sus puestos de alimentos que invitan a parar y saborear, la Abadía de Saint-Ouen, la Iglesia de Saint-Maclou, el cementerio inglés de Petit-Quevilly… Y lo más importan-te, seguir los pasos de Juana de Arco, incluso el lugar donde se encendió la hoguera que puso fin a su vida. Son muchos los recovecos en los que detenerse, pero L’Aître Saint-Maclou, en pleno barrio de Martainville, tiene especial interés. Antaño una leprosería, es uno de los últimos cementerios de galería –osario– que quedan en Francia, su fantástica arquitectura con entramado de madera y base de piedra culmina en las columnas talladas de estilo renacentista representando lo que se conoce por ‘danza macabra’. Acoge también la Galería de las Artes del Fuego, un espacio de creación y exposición dedicado a la cerámica, el cristal y el metal.

Un licor y un ladrón

Antes de llegar a la bella Etretat, es recomendable hacer una parada en Fé-camp para conocer el Palacio Benedictine. El famoso licor, creado hace más de 500 años por los monjes benedictinos, y su fórmula secreta a base de 27 plantas y especias son los protagonistas de este entretenido centro. La localidad de Étretat siempre ha atraído a numerosos visitantes, pero el estreno en Netflix de la serie ‘Lupin’ en 2021, sobre el famoso ladrón, lo ha puesto más de moda si cabe. Se trata de una villa preciosa, pero con accesos difíciles, y muchos, demasiados visitantes en temporada alta, por lo que conviene evitar los meses estivales. Lo ideal es dejar el coche en uno de los parkings públicos e ir a pie por su bonito centro y paseo marítimo. En este último se pueden admirar reproducciones de algunos famosos cuadros de pintores impresionistas con el motivo original de fondo. Es imprescindible subir a los acantilados andando o en el trenecito dispuesto a tal efecto, para apreciar la costa en todo su esplendor. En la ribera sur del estuario del Sena, la portuaria Honfleur requiere un paseo con calma, callejear despacio por el Vieux-Bassin para apreciar los detalles de los entramados de las casas y disfrutar de ese ambiente marinero de otro tiempo que envuelve la localidad y el puerto. La preciosa iglesia de Sainte Catherine, toda de madera, así como el museo del pintor Boudin, que nació aquí, o los antiguos Graneros de Sal son otros de sus puntos fuertes.

La perla de la región

Si este viaje empezó de forma espectacular en Giverny, se ha ido superando poco a poco para ofrecer un fin de etapa apoteósico: el Mont Saint-Michel. Este islote rocoso alberga una abadía en la cima y está rodeado por una maravillosa bahía que es escenario de las mayores mareas de Europa. El lugar, Patrimonio Mundial de la Humanidad de la unesco, es el segundo más visitado de Francia, después de París. Conocer el enclave es toda una experiencia que empieza desde el momento que se deja el coche a unos pocos kilómetros del monte para recorrer el camino andando alrededor de una hora y disfrutar de las vistas de la bahía. Ya en el interior; la iglesia, el claustro, el refectorio, la sala de huéspedes y la de los caballeros, las criptas y la gran rueda de madera, instalada en 1820 para transportar alimentos desde la base hasta la cima y la terraza oeste, transportan a grandiosos tiempos pasados. A la salida de la abadía hay que dejar un poco de tiempo para callejear, curiosear en las tiendas y galerías de arte o para tomar algo en alguno de los restaurantes con vistas. Una estampa con tanta belleza que emociona y pide un viaje de vuelta.

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