Viaje a Las Vegas

El éxito del absurdo

Autor: Helio San Miguel
Fecha Publicación Revista: 01 de marzo de 2018
Fecha Publicación Web: 28 de febrero de 2018

Las grandes ciudades norteamericanas no destacan por su belleza, que palidece comparada con las de otros países, sino por su personalidad, por tener un carácter especial, a veces incluso mítico, retratado mil veces en películas, lo que las hace reco­nocibles y despiertan el deseo de visitarlas. Las Vegas es una de ellas, una ciudad absurda, surrealista y desmedida desde su misma concepción, por la dificultad del abastecimiento de agua y energía, y por su exagerada concentración de gigantes­cos hoteles-casinos, coches deportivos, y enormes limusinas y caravanas. Si se sube de noche a un piso alto de alguno de los ho­teles con buenas vistas, se puede apreciar la línea recta del horizonte solo rota por las luces de la ciudad.

Juego, bodas y divorcios

Sin embargo, durante siglos Las Vegas no fue más que un puesto de avituallamiento en el desierto de Mojave, en el llamado Antiguo Camino Español que iba desde Santa Fe hasta Los Ángeles. La ciudad fue fundada en 1905 en los terrenos de la Union Pacific al lado de la parada del tren y se constituyó como un ayuntamiento propio en 1911. Esa zona es hoy el centro urbano. Los años treinta fueron cruciales en su de­sarrollo. En 1931 el estado de Nevada auto­rizó el juego y redujo el requerimiento para separarse a seis semanas de residencia. De ahí viene su fama como centro de matrimo­nios y divorcios rápidos que persiste hasta hoy. De hecho, las famosas capillas donde las parejas se casan están por todas partes y hasta los hoteles tienen las suyas propias.

En 1931 también se empezó a construir la impresionante presa Hoover, clave para la supervivencia de la ciudad y de todo el suroeste americano, garantizando el abas­tecimiento de agua y electricidad e incluso permitiendo el desarrollo de la agricultura.

Su construcción libró en gran medida de los efectos de la Gran Depresión a esta región, que tras la Segunda Guerra Mundial, vio como los casinos se establecieron en South Las Vegas Boulevard, más conocido con The Strip, la avenida casi recta de unos siete kilómetros donde se concentran la gran mayoría de los casinos-hoteles y que curiosamente se encuentra realmente fuera de los límites de la ciudad. Fue entonces cuando se fraguó la mitificación de Las Vegas. El Rat Pack de Sinatra y Dean Martin amenizaba sus noches, dominadas por la Mafia dada la imposibilidad legal de conse­guir créditos bancarios.

La ciudad del pecado

En 1951 el Moulin Rouge fue el primer casi­no del país que no segregaba por cuestio­nes raciales, y en 1959 la diseñadora Betty Willis erigió el famoso cartel de bienvenida en el extremo sur de The Strip, a pocos minutos del aeropuerto, y donde hay colas para fotografiarse (hay otro más reciente en la entrada norte).

El éxito continuó en los sesenta y setenta con nuevos casinos y hoteles ocupando ambos lados de The Strip y otorgando a la ciudad el sobrenom­bre de Sin City, la Ciudad del Pecado en la que todo estaba permitido. Incluso hoy, al contrario que en el resto del país, se puede fumar en el interior de los casinos. De hecho, lo único que está prohibido es sacar fotos de la gente pues como dice el dicho, “lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”.

El dudoso encanto de los hoteles temáticos

Un bajón en los ochenta llevó a los casinos a cambiar de estrategia introduciendo temas y espectáculos para toda la familia, pero solo tuvieron un éxito parcial. Sin embargo la apertura de The Mirage en 1989 abrió una nueva época de megacasinos-hoteles, que reemplazaron a los más pequeños de déca­das pasadas.

Muchos de ellos son temáti­cos: el Mandalay con su aspecto de jungla, con un acuario con tiburones pequeños; el New York, New York, con la parte dedicada al hotel compuesta de copias de algunos de sus edificios más reconocibles (Empire Sta­te, Chrysler, etc.); el Venetian, que recrea los canales y la plaza de San Marcos, todo construido en el interior, donde los techos están pintados como si fueran el cielo; Excalibur, dedicado a la Edad Media con un edificio que parece sacado del juego el Exín Castillos; el MGM, el hotel más grande del mundo; el París, el Treasure Island, el Cae­sars Palace, el Planet Hollywood, la fantasía egipcia del Luxor, etc...

Más grande, más alto

En el presente siglo la construcción de megacasinos se ha agudizado, pero incli­nándose por un lujo nunca antes visto en la ciudad. Incluso los más recientes han abandonado horteradas temáticas para en­cargar los nuevos edificios a algunos de los más prestigiosos arquitectos del mundo. Así César Pelli ha construido el Aria, que tiene música en los jardines; Rafael Viñoly el Vdara; Kohn Pedersen Fox el Manda­rin Oriental; y Daniel Libeskind, el centro comercial The Crystals, que cuenta además con una instalación del artista James Turrell. El Bellagio tiene también un famoso techo diseñado por Chihuly.

Estos casinos son enormes centros de ocio para adultos donde la parte dedicada al ho­tel ocupa generalmente una torre o edificio alto, mientras que las grandes superficies a pie de calle están repletas de máquinas tra­gaperras, mesas de blackjack, ruletas, etc., y salas separadas para póker u otros juegos y para apostadores de grandes cantidades. Ahí también se encuentran teatros, cines, discotecas, vistosos bares y, cada vez más, lujosas galerías de arte, tiendas y restau­rantes. Famosos como David Copperfield, Jennifer Lopez o Céline Dion actúan de forma regular, y Le Cirque de Soleil tiene tres espectáculos a la vez.

El renacer de la gastronomía

La restauración es otro aspecto donde Las Vegas ha cambiado radicalmente para convertirse en un destino gastronómico, aunque a decir verdad se debe sobre todo a que grandes chefs de todo el mundo han abierto sucursales de sus restaurantes. Así encontramos Aureole (con su famosa bode­ga en forma de torre de cristal), Le Cirque, Masa, Pierre Gagnaire, y un largo etcétera. La excepción es Picasso, el excelente res­taurante del español Julián Serrano, que no es copia de ningún otro y que se encuentra en un privilegiado espacio del Bellagio, justo frente a sus espectaculares fuentes, cuyos juegos se pueden disfrutar desde su terraza. Estos restaurantes sí cierran y en muchos casos hay que reservar con anterioridad.

Pese a todo esto The Strip, en parte también debido al enorme tamaño de los hoteles-casinos, no está hecha para cami­nar, pues tiene más bien una estructura de autopista con semáforos. Paralela a ella hay un monorraíl, y algunos de los hoteles tienen también trenes gratuitos privados para desplazarse de uno a otro.

Pero no todo en Las Vegas es The Strip. Al final de la misma se encuentra el centro de la ciudad, el Downtown, una zona en creciente recuperación donde destacan la Freemont Avenue Experience, el Smith Center of the Performing Arts, el Museo del Neón o el de la Mafia.

Finalmente está otro atractivo de Las Vegas: la fauna humana que deambula por la ciudad. La triste estampa de aquellos enganchados a las máquinas, grupos un tanto desmandados celebrando bodas o despedidas de soltero o soltera, hordas de turistas disfrutando de tener en un solo lugar infinidad de casinos, restaurantes, tiendas y teatros…

En resumidas cuentas Las Vegas atrae hoy no solo por el juego, sino también por sus espectáculos, su gastronomía y por ser un parque temático para adultos, absurdo, excesivo, pero digno de ser visto al menos una vez. Además es el punto de partida más cercano para visitar el Gran Cañón y los fabulosos parques naturales de Arizona y Utah.

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