Notice: Undefined index: area in /var/www/vhosts/gourmets.net/httpdocs/catalog/controller/common/footer.php on line 47 Novedades Francia junio 2018

Novedades Francia

París abre terrazas y jardines

Autor: Óscar Caballero
Fecha Publicación Revista: 01 de junio de 2018
Fecha Publicación Web: 04 de septiembre de 2018

Al mínimo rayo de sol, París saca dos o tres mesitas en aceras estrechas, las despliega en jardines y coloca las sillas de mimbre fabricadas desde 1885 por la Maison Drucker. Anna Hidalgo, alcaldesa gaditana de París –¿lo contrario sería posible?–, hizo peatonales las riberas del Sena, que multiplican terrazas.

Desde 2013, por ejemplo, Rosa-Bonheur-sur-Seine, bajo el Pont des Invalides, se jacta de su horno de pizzas, “el octavo más grande del mundo”. Y bajo el puente Alexandre III, el Faust ostenta terraza de 600 m2.

Aristócrata cara a cara

Las primeras terrazas, las típicas, fueron y son las de los cafés, más de copa y charla que de comida. Para ver y dejarse ver, como la del Café de Flore. Se come –a buen pre-cio– en terrazas de brasseries. La de Le Flandrin abunda en famosos –el corresponsal coincidió con Alberto II de Mónaco– y la del Vaudeville, frente a la Bolsa, reúne ex bolsistas.

Aquello de exhibir su arte de masticar, obligación de reyes que interpretaban sus comidas ante una corte fascinada, es cos-tumbre más bien moderna del plebeyo parisino. Antes, igual que en medio España, se comía en lugares cerrados. A lo sumo, en jardines recoletos como los de Laurent o Pavillon Ledoyen, en los Champs Élysées.

Tema para sociólogos: ahora no sólo se agitan fauces a la vista sino que las terrazas de brasseries dan testimonio de que los horarios de comida, en París, estallan. Y que por eso mismo se propaga el servicio continuado.

Del adoquinado al mirador

Es difícil trazar un mapa de terrazas porque se han generalizado, surgen las efímeras y el tabaco multiplicó las invernales. Rareza en el siglo XX, las terrazas elevadas empiezan a ser habituales. Así, ese Perchoir (pedestal) sobre la Gare Saint Lazare.

Cada vez más frecuentes, también, las mesas en cours –patios–, desde los elitistas del Plaza Athénée o el Ritz a los tendencia, estilo Grand Coeur, en el Marais, su cocina de brasserie teleguiada por Mauro Colagreco.

Con encanto, el de l’Hôtel, hotel de charme donde estuviera el hostal en el que Oscar Wilde murió sin pagar su habitación. Y con ambiente el del Bouddha Bar Hôtel.

Nacen interiores ajardinados. O resucitan como el del Auberge du Moulin Vert, del grupo Dorr, con su –más residencial– terraza del Grand Bistrot Breteuil, ambos con imbatible menú completo, con vino, a 44 €. Y el Hôtel du Collectionneur propone bares y restaurante en su vasto jardín interior.

Cocinas del mundo

La novedad simbólica es el Ground Control, madre de todas las terrazas porque divide sus más de 3.000 m2 en dos mitades, una cubierta y otra al aire libre. Si el conjunto nutre en plan más bien street-food, se podría definir un interior más gastronómico. Afuera, entre sofás y sillones y mesas al aire libre, a la sombra de olivos, algunos vagones se disfrazan de quioscos: desde hamburguesas de carne argentina hasta fish and chips.

¿Vagones? El espacio, prestado por dos años a una asociación, pertenece a la renfe francesa –SNCF, segundo propietario de suelo en Francia– y servía para clasificar correspondencia, tarea que auge del mail por medio ya no corresponde.

Adentro, el apetito enarbola variadas banderas con pátina gastromoderna, salvo la francesa curiosamente. Faggio, pizzero napolitano de moda, hornea sus pizzas y, cortadas, las sirve en la típica caja de cartón. En Solina, pasta vera, amasada con harina de trigo antiguo y orgánico de Vasto (Abruzos) de donde son los dueños. Al dente y con salsa casera, entre 9 y 13 €.

Chilam presenta tacos y guacamole con acento mexicano. Mr. Zhao, uno de los buenos chinos de París, vende momos (pan sin levadura relleno de cerdo lacado), tradición de Shaanxi, provincia china. En Table Nali, africanos fríen plátanos. Résidence afronta el cirio de la situación de los refugiados sirios: primer invitado a fogones, el chef y refugiado Nabil Altar, de Alepo.

De allí viene su receta del humus con punta de comino, el auténtico mutabal (pasta de berenjenas con crema de sésamo) y el freekeh (trigo verde) con pollo y avellanas. De postre, un arroz con leche célebre en París, el de Stéphane Jégo, el chef francés de L’Ami Jean, de los primeros en ayudar a sus colegas refugiados. Nabil lo customiza con pistachos y crema de rosas.

Hay mesadas y cada cual crea su propia fusión: un cóctel étnico. Sólo los vinos del Bar à Vins en el que se deja consigna por la copa y/o la botella, son franceses, mayormente orgánicos, con predominancia como es de rigor en el género de Borgoña, Loire y Languedoc. Y, lógico en tan tendencioso sitio, hay mixólogo de guardia y animación asegurada por el huerto, un estudio de radio, vendedor de plantas, de discos de vinilo, de tejidos étnicos. Por supuesto, gestión del agua, desechos, electricidad. O reinserción a través del empleo.

Rozando el cielo

Vamos, que de París al cielo. Ese mismo que, sin motivación social, puede uno vislumbrar desde la coqueta terraza elevada de La Maison Blanche, que propone como el año pasado clases de yoga con vistas a la “torre infiel”, que decía Carmen Amaya. Entre comida y cena, otro pico para el aperitivo crepuscular. Para gratificarse con negro egoísmo, caviar en la terraza del Petrossian del distrito XVII.

Menos selecto, más romántico, el Café Renoir del Musée de Montmartre, en lo que fuera taller de Suzanne Valadon, modelo de Toulouse-Lautrec, pintora con obra hoy expuesta en el MOMA (New York) y el MAM (París) y madre de Maurice Utrillo. Desde ahí se impone un paseo por los jardines que rodean el monte, el Sacre Coeur, el viñedo con París a sus pies.

Buena manera de abrir el apetito para cerrarlo, por ejemplo, en la terraza del Chamarré Montmartre, sin olvidar las que puntúan la vecina rue Caulaincourt. Esa que arranca del puente que cabalga el cementerio y que tiene en su comienzo al bien llamado Terrass, el hotel que alojó al cowboy Buffalo Bill, cuando actuó en París.

Los museos se ponen en cuadro: el Café Branly, del museo de la cultura no europea diseñado por Jean Nouvel, es opción bucólica; el Musée de la vie Romantique aporta terraza recoleta; el Café de l’Homme, del museo homónimo, mete la Tour Eiffel en la copa; la terraza del Café Richelieu, del Louvre, tiene vistas a la pirámide, igual que, a pie de calle, el Café Marly.

Caprichos gastronómicos

Larga nómina en la que destacan el Petit Palais con su Café le Jardin y en frente, en el extremo Sena del Grand Palais, la terraza del coqueto Minipalais, cocina supervisada por el 3* Éric Frechon. Sin olvidar la terraza de otro monumento, la Opera Garnier.

El Zyriab sirve la mejor cocina libanesa en los altos del Institut du Monde Arabe (otra obra de Nouvel) y el Georges, alturas del Pompidou, lleva el sello Costes. Café Rodin es un capricho en el deslumbrante jardín del Musée Rodin.

¿Puro jardín? El de las Tullerías brinda un Café des Marronniers (de los castaños) y en los del Luxembourg, alternativa té con pastas (frente al museo del mismo nombre, terraza servida por Angelina) y platos del chef Philippe Renard (1* durante tres lustros en el Paris del Lutetia), en La Table du Luxembourg. ¡Ah! Y la terraza del Au Petit Suisse, frente al Luco –sobrenombre parisino del jardín– y el teatro Odeón.

El Bois de Boulogne ofrece el pintoresco Châlet des Îles (menú de comida, 25 €) a La Grande Cascade, con espléndida carta de vinos y precios consecuentes.

Novedad privadísima, en fin: el hotel La Réserve dota de terraza a su ya exclusivo Fumoir. O sea que para este verano suma un patio y una terraza del restaurante Le Gabriel –la excelente cocina de Jérôme Banctel– y la destinada a fumadores. ¡Ojo! Sólo para huéspedes del hotel o comensales del Gabriel.

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