Agricultura urbana

Huertos de altura

Autor: Helio San Miguel
Autor Imágenes: Edwin Pérez Gómez
Fecha Publicación Revista: 01 de mayo de 2014
Fecha Publicación Web: 26 de abril de 2016
Revista nº 457

A lo largo de la historia encontramos numerosas muestras de agricultura urbana, desde la antigua Mesopotamia, donde se cree que se plantaban jardines en los distintos niveles de los zigurats, hasta los llamados “jardines de la victoria” que aparecieron en las ciudades de Estados Unidos y de otros países durante las guerras mundiales obedeciendo la llamada del gobierno a utilizar los pequeño terrenos enfrente y detrás de las casas para contribuir al abastecimiento de frutas y verduras.

De estos últimos evolucionaron también los “jardines comunitarios”, que han jugado un papel muy importante en las últimas décadas al crecer generalmente en manzanas abandonadas o barrios deprimidos. En los últimos años, en algunas ciudades golpeadas de forma severa por la presente crisis como Baltimore o Detroit, la agricultura urbana es una forma, no solo de pro ducir alimentos locales a bajos precios, sino de incentivar la recuperación de barrios muy castigados por la explosión de la burbuja inmobiliaria y en los que es muy improbable que la fiebre constructora vuelva a corto o medio plazo.

Este componente de rehabilitación urbanística está pues presente en el actual movimiento de agricultura urbana, pero no es el único ni el más importante. Más decisivo en su desarrollo ha sido el creciente interés por los productos orgánicos y locales, la preocupación por el cambio climático y el medio ambiente, y las políticas de sostenibilidad. En estos ámbitos la industrialización de la agricultura (que a la vez ha hecho de Estados Unidos el primer productor mundial) y la permisividad del gobierno norteamericano con el uso de transgénicos, que no tienen que ser etiquetados, ha llevado a un número creciente de ciudadanos a volverse hacia el producto orgánico, que por ley no puede haber sido manipulado genéticamente, y hacia el local y sostenible, que es visto como algo que mejora su calidad y su frescura, dada su mínima necesidad de manipulación y transporte.

Las ciudades son el hábitat privilegiado para el éxito de estas iniciativas pues es precisamente en ellas donde existe una clientela gourmet (los llamados “foodies”) dispuesta a pagar extra por productos de calidad orgánicos y locales (recuérdese que hace un par de años el neologismo “locavore” fue elegido como palabra del año) y donde hay más y mejores restaurantes. Así, estos ideales han sido abrazados sobre todo por las clases urbanas acomodadas, que en general se sitúan en la parte más progresista del espectro político norteamericano, mientras que a la vez disponen de un mayor poder adquisitivo.

Manifestaciones claras de esta tendencia son la creciente presencia de cooperativas agrícolas en las que sus miembros pagan una cuota y reciben su parte de fruta y verduras cada semana, y los florecientes “greenmarkets” (mercados verdes), donde agricultores y ganaderos locales venden sus productos en céntricas plazas. Más significativo aún es el auge de cadenas como Whole Foods que tiene grandes supermercados en las principales ciudades del país, generalmente en los mejores barrios y a precios sensiblemente más altos, dedicados a productos locales, saludables, y casi siempre orgánicos.

El siguiente paso en este proceso, lógico si se quiere, es la creación de huertas urbanas que reducen el gasto de transporte, ofrecen control sobre la procedencia y la calidad del producto, y son sostenibles. Algunas se encuentran en invernaderos y en manzanas abandonadas, pero de forma cada vez más creciente, se utilizan los tejados y las azoteas que han visto crecer los llamados “rooftops gardens” (jardines en tejados), que además contribuyen a ahorrar energía en el edificio. Estos jardines en los tejados ya existían (y existen en la actualidad) con funciones ornamentales.

La reciente reforma del Lincoln Center del Nueva York ha puesto una pradera en el tejado de uno de los edificios nuevos y el estadio Barclays Center de Brooklyn está considerando añadir uno. La agricultura urbana los lleva un paso más allá para dedicarlos a la producción de frutas y verduras que, o sirven a una comunidad de socios, o a unos clientes específicos como tiendas y restaurantes, o simplemente venden sus productos en supermercados o en los mencionados “greenmarkets”. Para ello se sube tierra a la azotea o se practica la agricultura hidropónica, que utiliza agua con distintos minerales en vez de tierra, y que es uno de los procesos más utilizados e innovadores en la agricultura urbana.

Las redes sociales y los mejores transportes han contribuido de forma sustancial a su éxito pues el carácter abierto y global de internet permite la aparición de grupos que comparten intereses e incluso ideología de forma muy similar a las antiguas tribus sin estar confinados a vivir en un mismo ámbito. Con internet la tribalización no es geográfica sino temática y pese a centrarse en este caso en un producto perecedero, centros urbanos como Nueva York tienen población cuyo número, identificación política y social, y poder adquisitivo son suficientes para hacer estas iniciativas viables.

Huertos libres de impuestos

En el caso específico de Nueva York también ha contribuido de forma decisiva al crecimiento de la agricultura urbana la aprobación en 2006 y 2007 de dos medidas que facilitan su expansión. La primera aprobó una exención de impuestos para la instalación de jardines en tejados, y la segunda autorizó paquetes de ayudas para los mismos. Como resultado en el año 2010 la compañía Brooklyn Grange abrió en ese distrito el huerto urbano en el tejado más grande del mundo, de 4.000 m2 superado dos años más tarde por otro de más de 6.000 m2. Brooklyn Grange es uno de los líderes y además abre sus huertos al público los sábados, ofrece visitas privadas, hacen consultorías y trabajos de construcción de estos huertos para otros, organizan cenas y fiestas privadas (incluso bodas), y tienen programas educativos tanto para adultos como para niños.

En el propio Brooklyn, Eagle Street Rooftop Farm posee más de 500 m2 con los que abastece a restaurantes locales y Whole Foods se ha asociado con Gotham Greens, uno de los principales grupos promotores de agricultura urbana del país para crear su propio huerto urbano, el Whole Foods Rooftop Greenhouse, situado en Gowanus, una de las zonas más deprimidas del distrito. En Bronx se encuentra La Finca del Sur, una cooperativa creada en 2009 y operada por mujeres. Incluso Manhattan cuenta con Battery Urban Farm, mantenida por un cercano instituto de bachillerato en la zona de Battery Park en el extremo sur de la isla, o el Hell’s Kitchen Farm Project, una cooperativa llevada por voluntarios situada en ese barrio.

Además hay más de 300 jardines de tamaño familiar que abastecen a familias y negocios locales. Hasta las propias universidades se han ocupado del fenómeno y la prestigiosa universidad de Columbia a través de su Urban Design Lab ha publicado un importante estudio sobre su potencial que se puede encontrar online (“The Potential for Urban Agriculture in New York City” en urbandesignlab.columbia.edu).

Los otros grandes beneficiarios y partidarios de la agricultura urbana son los restaurantes que se centran en el producto local y ecológico, como los “farm-to-table”. Algunos ha creado incluso sus propios huertos. Así, por citar solo algunos ejemplos de nombres destacados, Riverpark, un excelente, lujoso y bonito restaurante perteneciente al grupo de Tom Colicchio, cultiva sus verduras en cajas de plástico en la explanada que hay enfrente del edificio donde está ubicado, que pertenece al Alexandria Center, una institución privada dedicada a la inversión en investigación en ciencias biológicas. En el barrio de Greenwich Village está Bell Book & Candle, que sirve las verduras que crecen en la azotea del propio edificio mediante agricultura hidropónica con las plantas dispuestas de forma vertical en distintos niveles.

Como hemos visto la agricultura urbana, sea en manzanas abandonadas o en tejados, es una tendencia al alza. Sin embargo su contribución a la producción total de comida es todavía muy pequeña. Su gran reto es si se queda en una tendencia para ciudadanos concienciados y de un estimable poder adquisitivo, o si alcanzará a producir cantidades relevantes a precios competitivos para poder tener un mayor efecto no solo en el abastecimiento de verduras y frutas, sino en aquellos campos, como el cambio climático o economías más sostenibles, en los que aspira a dejar una significativa huella.