Keith Mcnally

De Londres a Nueva York

Autor: Helio San Miguel
Fecha Publicación Revista: 01 de marzo de 2018
Fecha Publicación Web: 03 de abril de 2018

Sin embargo, McNally nació en 1951 en el seno de una familia de clase obrera del East End de Londres y empezó a trabajar como botones en el hotel Hilton de esa ciudad. Allí, en los años del Swinging London, le surgió la oportunidad de aparecer como un niño de doce años en una película y poste­riormente empezó a trabajar en compañías de teatro, llegando a actuar por un año en el Apollo del West End en la obra de Alan Bennett’s 40 Years On, y compartió cartel con John Gielgud. Según McNally ha de­clarado a la prensa, fue Bennett el que por primera vez le llevó a un restaurante y quien luego se convertiría en su socio en Nueva York.

En el interior de la Gran Manzana

A principios de los setenta McNally se fue de mochilero a la India y Afganistán. Cuan­do regresó a Inglaterra hizo algunos corto­metrajes mientras trabajaba en The Rocky Horror Show a la vez que de manager en un club de striptease del que fue finalmente despedido. Fue entonces cuando decidió irse a Nueva York para intentar ser director de cine. Sin embargo, empezó a trabajar en distintos restaurantes y conoció a la que sería su esposa Lynn Wagenknecht. Con ella y con su hermano decidieron lanzarse a abrir uno propio.

En 1980, cuando McNally aún no contaba 30 años, alquilaron un local en Tribeca, que entonces estaba muy lejos de lo que es hoy, y lo convirtieron en The Odeon, al que definieron como una “Ameri­can brasserie”. En esos agitados años The Odeon fue un éxito y se convirtió en el lugar en el que ir a ver y ser vistos, como son hoy Minetta Tavern (también de McNally) o The Polo Bar. Actores como De Niro o Warren Beatty, directores como Scorsese, artistas como Warhol, Basquiat, Richard Serra o Jeff Koons, eran clientes habituales en un ambiente de fiestas, alcohol y drogas que fue retratado por el escritor Jay McInerney, otro habitual, en su famosísima novela Bright Lights, Big City, que no en vano lleva­ba a The Odeon en su portada.

Suave es la noche

McNally pronto extendió un concepto similar al Upper West Side con Cafe Luxem­bourg y al Soho con Lucky Strike, ambos todavía hoy populares restaurantes en sus respectivos barrios. Posteriormente se embarcó en Pravda y en Nell’s. El primero fue un famoso bar de inspiración rusa cuya carta de vinos la hizo Jonathan Nossiter, el director de Mondovino, y que cerró el año pasado.

Nell’s, situado en la Calle 14 y deco­rado con grandes cortinas y sillones de piel, fue la más famosa discoteca de la ciudad a finales de los ochenta y primeros noventa, y el lugar de reunión de artistas y noctám­bulos, también utilizada por el escritor Bret Easton Ellis como uno de los lugares preferidos del protagonista de su novela American Psycho. McNally se desligó de The Odeon, Cafe Luxembourg y Nell’s cuan­do se divorció de su mujer (que ha abierto por su parte Café Cluny). Nell’s finalmente cerró en 2004 llevándose consigo una épo­ca de la noche neoyorquina.

Pan, vino y literatura

Tras su divorcio, McNally volvió a sus raíces y abrió en el Soho, hace ya veinte años, Balthazar, su mayor éxito, con carta de vinos de Nossiter y su propia panadería. También mencionado con mucha frecuen­cia en obras literarias, Balthazar representa la perfección de ese estilo idealizado de brasserie francesa. Hasta las sillas parecen viejas y traídas de París y la pintura de las paredes aparenta necesitar constantemen­te una mano. Su carta incluye platos típicos como la sopa de cebolla, steak frites, steak au poivre, o duck confit, que también apare­cen en muchos de los restaurantes de Mc­Nally.

Los dos primeros están considerados entre los mejores de la ciudad, sirviendo cada día más de cincuenta litros de la sopa y a veces más de 200 filetes, contando con dos personas solo para freír las patatas. Su éxito le ha convertido en uno de los lugares favoritos para ver a la gente famosa de la ciudad y ha hecho que McNally abra una sucursal en Covent Garden, en su Londres natal.

Éxitos y fracasos

A Balthazar le siguieron Pastis en el Meatpacking District, Schiller’s Liquor Bar en el Lower East Side, Pulino’s en Bowery y Morandi en el West Village. El primero fue otro gran éxito, pero tuvo que cerrar pues

su edificio cayó víctima de la fiebre cons­tructora de pisos de lujo (los llamados “lu­xury condominiums”) que sufre Manhattan en la actualidad. Todavía anuncia que rea­brirá, pero no lo sabemos seguro. Schiller’s cerrará este agosto por otra de las plagas de Nueva York, la subida desorbitada de los alquileres, que ha hecho que muchos restaurantes tengan que echar el cierre o mudarse, pero también por las críticas negativas que recibió, sobre todo por parte del crítico del The New York Times. Con Pulino’s y Morandi McNally se adentró en la recreación de pizzerías y trattorias italia­nas.

El primero, que no era un buen restau­rante, cerró pronto, pero Morandi todavía continúa abierto. Tras el cierre de Pulino’s, McNally cambió la decoración del mismo espacio (aunque manteniendo los extraños baños) y abrió Cherche Midi, otro restau­rante de inspiración francesa, con el que dice que pierde dinero, pero que mantiene abierto porque le gusta el sitio y el personal que trabaja allí.

A la vez McNally consiguió su otro gran éxito: se hizo con Minetta Tavern, un local situado en Greenwich Village en el que un grupo de amigos nos reuníamos hace años a catar vinos, y lo convirtió en uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad, no por la comida en sí, sino por la dificultad de conseguir mesa.

Su famosa hambur­guesa “Black Label” se considera a veces la mejor de la ciudad y aunque no creo que sea para tanto, cuando voy con gente, siem­pre quieren pedirla.

Cuando parecía que McNally, ya pasados los sesenta, estaba contento con su situa­ción y su segunda esposa, se lanza de nue­vo al ruedo con Augustine, su restaurante número catorce y abierto en el Financial District, casi la única zona del Downtown que le quedaba por explorar. Más lujoso que Balthazar, y con el mismo aire parisino, se ha convertido en unas pocas semanas en una de las mesas más difíciles de la ciudad.

A mí, tras haber estado varias veces en prácticamente todos sus restaurantes, me siguen sin convencer mucho por su carácter imitativo y la escasa inventiva de la cocina, y siempre me ha llamado la atención que una ciudad de tanto carác­ter como Nueva York, se rinda ante estas recreaciones. Sin embargo cenando hace unos días con varios amigos en Augustine, todos acabaron encantados con la atmós­fera y los platos, así que como en la película de Abbas Kiarostami “Copia certificada”, puede que imiten, pero son una auténtica copia que nadie ha sabido hacer mejor que Keith McNally, el niño pobre de Londres que conquistó Nueva York.

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