Marcial Gómez Sequeira recorrió en 1987 un paraje en plenos Montes de Toledo, junto al Parque Nacional de Cabañeros, a 850m de altitud, donde tomó una decisión sin precedentes; plantar 8 hectáreas de la uva francesa más extendida por el mundo pero que hasta el momento no se había asentado por aquellos lares. Apuesta arriesgada que no tardó en dar sus frutos; tras la aparición en el mercado de los primeros vinos ya se hablaba de terruño y marcada personalidad.
Cada uva en su lugar
“Un paraje rural con características edáficas y de microclima propias que lo diferencian y distinguen de su entorno, y donde se obtienen vinos con rasgos y cualidades singulares. Además, la producción de uva, la elaboración del vino y el embotellado deben realizarse dentro del pago”. Estos son los requisitos oficiales para conseguir la DOP Vino de Pago, otorgada a Dehesa del Carrizal el 1 de febrero de 2006, mientras sus 8 hectáreas crecían para convertirse en las actuales 26,4 y se diversificaban con otros varietales. Las cepas descansan sobre una raña, nombre local de las laderas y llanos al pie de las montañas que han sufrido la erosión del agua y las lluvias, lo que provoca una acumulación de arcillas y suelos franco-arcillosos que, gracias al microclima y a la humedad, albergan un interesante punto de acidez. Cada zona de la finca se analizó cuidadosamente para acometer la diversificación, más allá de la inicial caber net sauvignon, así, en la más pedregosa, se incluyó syrah y chardonnay para formar el Viñedo Bodega, en la más arcillosa se optó por introducir syrah, merlot y tempranillo para el Viñedo Casa, y la más arenosa se reservó para syrah, merlot y petit verdot, dando lugar al Viñedo Era.
La vida del terruño
En 2010 la bodega es adquirida por la familia Villar-Mir, que aporta nuevos puntos de vista y acomete importantes reformas como la gestión de los suelos y la orientación hacia la viticultura orgánica. Durante el otoño se lleva a cabo una de las tareas más importantes para enriquecer el suelo; la siembra de distintos tipos de cereal como avena o trigo y, en función de la parcela, a veces leguminosas como chícharos. Este proceso, no sólo se mejora la estructura del suelo, sino que también lo descompacta, favoreciendo así su oxigenación y aportando materia orgánica. Una vez pasado el invierno y con la llegada de la primavera, se airea, se corta la siembra y se entierra para que no compita con la viña por el agua.
Monovarietal icónico
En lo que al cuidado de la uva se refiere, también se introdujeron mejoras como la cámara de frío, las mesas de selección vibrante para racimos y bayas, la carga de los depósitos por gravedad, y la instalación de placas fotovoltaicas para la producción de electricidad. Todos estos cambios no han apartado a la bodega de su filosofía inicial de elaborar vinos únicos de excelente calidad, como este Dehesa del Carrizal que fue el primero en ver la luz y hoy continúa siendo el más emblemático. En la actualidad el enólogo Pierre Yves Dessèvre ha vuelto a conseguir un monovarietal que aún reflejando la tipicidad de la cabernet sauvignon acusa una marcada personalidad; sedoso, amable, pero potente y con gran amplitud.