“Cuando seleccionas al máximo todo tu potencial en el campo, cuando exprimes todo tu saber hacer, añada tras añada, cuando tu trabajo es tu pasión, el resultado es tu propia identidad. Tus vinos sabrán a ti y serán parte de ti”. Así describe Rodrigo González García su sueño hecho realidad, un sueño difícil de alcanzar, pues fundar en 2011 una bodega en Ribera del Duero y despuntar, es casi como poner una pica en Flandes con tanto gigante legendario que tiene alrededor. Después de trabajar como enólogo tanto en España como en el extranjero y su paso por Bodegas Roda, en su proyecto ribereño, decidió adquirir primero un terreno en el término de La Horra para más adelante descubrir un entorno idílico en Pardilla, donde se asienta el resto del proyecto. Milagros y Montejo de la Vega son las otras dos localidades entre las que se reparten las 24 ha de viñedo que ahora poseen, divididas además en 45 subparcelas cuyos suelos presentan características diferentes. Y es precisamente en esta singularidad donde reside el valor de sus vinos; la diversidad de suelos y orientaciones de sus cepas. Con edades que van desde los 10 años hasta los 120 cultiva tinto fino –tempranillo– en su mayoría, pero también garnacha tinta y la blanca albillo mayor.
El gran salto
En 2020 decidió abandonar la nave alquilada en Milagros y construir su propia bodega. Para ello contó con la arquitecto Judith González, que diseñó una estructura moderna para albergar instalaciones donde prima la comodidad a la hora de elaborar. Así, alejados de cualquier moda, realizan un trabajo persistente de seguimiento de los estadios de cada viñedo que culmina con el uso de técnicas tradicionales en bodega unidas a la experiencia de un equipo joven pero con largo recorrido.
Altura y mineralidad
En este vino quisieron embotellar toda la filosofía y visión de Rodrigo González cuando llegó a Ribera del Duero, buscando frescura pero manteniendo la raza. Eligieron los viñedos de Pardilla situado entre 950 y 1.000 m de altura en un suelo rico en sílice, feldespatos y micas, una Ribera atípica por la mineralidad. La climatología benigna de 2019 permitió realizar una cosecha manual tranquila, cuyo fruto, después de realizar la fermentación alcóholica fue dividido en tres partes para la maloláctica; una en tina de madera, otra en hormigón y otra en barrica. Al terminar esta fase llevaron todo el vino a barrica haciendo la crianza por separado y a medida que trasegaban fueron ensamblando las distintas partidas. Después de 15 meses de barrica el resultado es un vino elegante, sedoso y sutil, fiel reflejo de los suelos y la personalidad del enólogo.